Arthur Koestler: ¿el hombre del ayer?

Contradictorio, siempre combativo, ocupado de muchos temas y de muchas batallas, el escritor judío nacido en Budapest en 1905 y muerto en Londres en 1983 participó de muchos conflictos intelectuales del siglo XX. Anne Applebaum ofrece una semblanza de este extraño cerebro europeo

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Su educación comenzó durante el ocaso del Imperio Austrohúngaro, en un kinder experimental de Budapest. Brevemente, su madre fue paciente de Sigmund Freud. Entre las dos guerras mundiales se encontraba en Viena como jefe de personal de Vladimir Jabotinsky, uno de los primeros líderes del movimiento sionista. Siendo un joven y ardiente simpatizante comunista, de viaje por el Turkmenistán soviético, se encontró con Langston Hughes. Luchando en la Guerra Civil Española conoció a W. H. Auden en una “fiesta loca” en Valencia, antes de terminar en una de las prisiones de Franco. En el Berlín de Weimar cayó en los círculos de los infames del agente Willi Munzenberg, del Komintern, a través de quien conoció a los líderes comunistas alemanes del momento: Johannes Becher, Hanns Eisler, Bertolt Brecht.

Por miedo a ser detenido por la GESTAPO al huir por Francia, le pidió a Walter Benjamin pastillas para suicidarse. Se las tomó varias semanas después, cuando parecía que no iba a poder salir de Lisboa, pero no falleció (aunque Benjamin se las tomó cuando le negaron paso hacia España en la frontera con Francia y sí murió.) Por el camino almorzó con Thomas Mann, se emborrachó con Dylan Thomas, se hizo amigo de George Orwell, coqueteó con Mary McCarthy y vivió en el apartamento de Cyril Connolly en Londres.

En 1940 Arthur Koestler fue liberado de un campo de detención francés, en parte gracias a la intervención de Harold Nicholson y Noel Coward. En los 50 ayudó a fundar el Congreso para la Libertad Cultural, junto con Mel Lasky y Sidney Hook. En 1960 tomó LSD con Timothy Leary. En los 70 todavía daba charlas que impactaban, entre otros, a Salman Rushdie.

En otras palabras, es difícil pensar en algún intelectual importante del siglo XX que no cruzó caminos con Arthur Koestler, o un solo movimiento intelectual al cual Koestler no perteneciera o se opusiera. Desde la educación progresiva y el psicoanálisis freudiano hasta el sionismo, el comunismo y el existencialismo, las drogas psicodélicas, la parapsicología y la eutanasia, a Koestler le fascinaba cualquier moda filosófica, seria y no seria, política o apolítica, de su era.

Demasiada intensidad

Tampoco fueron pasiones superficiales. Su creencia en el comunismo lo llevó a pelear en España y viajar a la USSR. El sionismo lo llevó a un kibbutz cerca de Haifa. En diferentes momentos abogó por el uso de la violencia, bien para lograr la utopía comunista o para crear el estado de Israel. Aun cuando se volvió en contra de causas anteriores suyas (y contra sus antiguos amigos que aún creían en ellas) lo hizo con fervor real. Después de todo, es mejor conocido como un anticomunista y no como un comunista, mayormente porque su libro más conocido e influyente fue Oscuridad a mediodía, un recuento ficticio sobre el interrogatorio a un dirigente de un partido comunista anónimo.

Su participación en el Sionismo Revisionista probablemente también sea menos conocida que El Imperio Lázaro y su herencia, un libro que sostiene que los judíos europeos descienden de los kázaros de Asia Central y no de los judíos que vivían en la Palestina de la antigüedad, una tesis que, cualesquiera sean sus méritos, es muy popular entre los enemigos del sionismo.

Aún así, mientras estaba bajo la garra de una manía particular era incapaz de ver los argumentos en contra: de cara a todo argumento racional, siguió aferrado a su pasión tardía por la telepatía y la percepción extrasensorial, tanto que dejó la mayor parte de su herencia para financiar investigaciones en parapsicología.

Koestler tenía la misma inclinación a sucumbir a pasiones extremas en su vida personal. Estuvo prendado de Jabotinsky, de su analista y de una extraordinaria serie de mujeres. También lo consumían odios violentos -comenzando con el que sentía hacia su madre- y siguió varias vendettas contra colegas escritores: le tenía unos celos bárbaros a Hemingway, odiaba a Bertrand Russell, así como sus rivales románticos como Edmund Wilson y a los ex maridos de sus mujeres. Eventualmente, ofendió a casi todos sus conocidos, pero se emborrachaba con ellos primero.

Hasta sus divertimentos frecuentemente llegaron a extremos, como bien lo ilustra esta maravillosa nueva biografía de Michael Scammell. Mi momento Koestler favorito -en un libro lleno de sorprendentes momentos Koestler- es la descripción que hace Scammell de una noche en 1946 durante la cual Koestler y su novia (luego su esposa) Mamaine Paget salieron a tomar una copa con Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus y la esposa de Camus, Francine.

La celebración comenzó con una cena en un bistró argelino, siguió en una sala de baile “iluminada con luces de neón rosadas y azules,” y luego, por insistencia de Koestler, progresó hacia Scheherazade, un night-club lleno de “violinistas que deambulan por allí, tocando música romántica rusa en los oídos de los clientes”. Se discutió sobre el comunismo y la amistad. “Si sólo fuera posible decir la verdad,” exclamó Camus en algún momento. Como a las 4 am, a Koestler lo arrancaron del night-club y el grupo “se fue a Chez Víctor en Les Halles para tomar sopa de cebolla, ostras y vino blanco.”

Totalmente ebrio, Koestler lanzó un pedazo de pan a través de la mesa dándole a Mamaine en el ojo; Sartre, igualmente borracho, echó sal y pimienta en servilletas que luego guardó en su bolsillo y dijo que tenía que dar una conferencia titulada “La responsabilidad del escritor” esa mañana en La Sorbona. Camus dijo: “Bueno, tendrás que hablar sin mí” (“Alors, tu parleras sans moi”). Sartre dijo que deseaba “poder hablar sin mí también (“Je voudrais bien pouvoir parler sans moi”) y se desató la risotada.

Scammell, cuyo fino sentido de la ironía le viene bien acá, describe la conclusión de esa velada: “Se separaron al amanecer. Sola con Sartre, Beauvoir sollozó ‘sobre la tragedia de la condición humana,’ luego se apoyó en el parapeto de un puente sobre el Sena y dijo: ‘No veo porqué no nos lanzamos al río.’ ‘Está bien’, asintió Sartre, ‘lancémonos al río.’ Y comenzó a llorar también. En otra parte de la ciudad, Koestler también se desató en lágrimas mientras se inclinaba hacia el Sena. Luego desapareció hacia un urinario y le gritó a Mamaine ‘No me dejes, te amo, siempre te amaré.’ Llegaron a casa como a las 8 de la mañana y durmieron todo el día, excepto Sartre, que se atiborró de pastillas y se arrastró hasta La Sorbona para dar su charla. Ni siquiera para un existencialista era posible dirigirse a sus estudiantes sans moi”.

Más aún, Koestler era, en nuestra definición contemporánea de estas cosas, un alcohólico, como mucha de la gente que lo rodeaba

Un heroico aficionado

Dejando de lado la parte entretenida, ese pasaje particular propone algunas preguntas interesantes. En el gran esquema de las cosas no han pasado tantos años desde 1946. Sin embargo mucho ha cambiado desde entonces, empezando con las reglas aceptables para el  comportamiento en público. Simplemente no es posible imaginar a tres prominentes intelectuales norteamericanos contemporáneos -digamos Malcolm Gladwell, Niall Ferguson y David Brooks- permitiéndose una noche de juerga tal como esa, mucho menos llorando sobre la condición humana y amenazando con tirarse al Sena al final de ella. En nuestra sociedad, las estrellas de Hollywood y las pseudo celebridades se comportan así, no la gente seria.

Más aún, Koestler era, en nuestra definición contemporánea de estas cosas, un alcohólico, como mucha de la gente que lo rodeaba. También era, en nuestra definición contemporánea de estas cosas, un depredador sexual. Fue descaradamente infiel a sus tres esposas, así como a las otras mujeres con las cuales vivió. Coqueteaba sin vergüenza y a veces agresivamente, con las esposas de otros hombres también. Pocos días antes de la noche de Scheherazade y Chez Víctor, Koestler se acostó con Simone de Beauvoir.

David Cesarani, un anterior biógrafo de Koestler, lo ha descrito como un “violador en serie”. Scammell disputa esa acusación largamente. Al final, sólo una mujer, Jill Craigie, la esposa del líder laborista británico Michael Foot, realmente lo acusó de violación, y hay algunas ambigüedades en su historia. Hizo la acusación cuando ya había cumplido más de ochenta años y Koestler estaba muerto.

Otros, incluyendo su marido, recordaron el incidente de manera diferente. Scammell habla sobre estas discrepancias y desestima convincentemente algunas de las otras acusaciones de Cesarini como infundadas. También hace notar que de todos modos la acusación manchó profundamente la reputación póstuma de Koestler. Esto no es para nada sorprendente. Aún si “violación” no es la palabra correcta, algo del comportamiento sexual que describe Scammell sería, en el mundo contemporáneo, considerado más allá de lo correcto y probablemente ilegal también.

Las reglas del comportamiento público no son lo único que ha cambiado. La profesionalización de la vida intelectual y literaria ya estaba en proceso durante la vida de Koestler y él la ignoró. Le de-sagradaba el circuito de charlas y nunca se interesó por enseñar. En general, tenía poco tiempo para las universidades. También se negó a ser categorizado simplemente como un “novelista” o un “periodista,” y en la parte final de su carrera escribió libros sobre ciencia, filosofía, historia y psicología.

Entendía la palabra “intelectual” de una manera mucho más amplia de lo que la entendemos hoy en día y se sintió cómodo en un gran número de campos en los cuales no tenía ninguna experiencia. Este acercamiento a la vida de la mente, perfectamente aceptable en la Viena de la juventud de Koestler, desde la perspectiva presente simplemente parece de aficionado. Como resultado, muchos de sus libros posteriores desparecieron del radar y hace tiempo que no se publican. Otros, notablemente El Imperio Lázaro y su herencia, son considerados curiosidades que atraen a los teóricos de las conspiraciones mas no a los investigadores.

Sin embargo, el cambio más importante es político. Para ponerlo de manera contundente, la lucha a muerte entre el comunismo y el anti-comunismo -el asunto moral central de la vida de Koestler- no sólo ya no existe, sino que ni siquiera evoca mucho interés.

Gracias a la apertura de los archivos, es verdad que muchos historiadores occidentales aún están investigando la historia de la Unión Soviética y del movimiento comunista internacional. Pero además de algunos pocos departamentos de literatura comparativa, el marxismo al estilo soviético no es una idea política pulsante en ninguna parte de Occidente.

En el alba de la caída de Lehman Brothers en otoño de 2008 hubo llamados para que el gobierno auxiliara a la industria automotriz. Ningún columnista de un diario importante, ningún dirigente político, ninguna revista intelectual popular, llamó a la vanguardia del proletariado a levantarse y desestabilizar a los explotadores burgueses capitalistas. En la Europa de 1948 alguien lo habría hecho.

Lo que eso quiere decir, entonces, es que el contexto político íntegro en el cual Koestler, Sartre y Camus funcionaban -y en el cual se escribieron los trabajos más importantes de Koestler- ha desaparecido. En los años siguientes a las noches de exceso en Paris, Sartre y Koestler dejaron de hablarse, en parte por algo personal: Sartre intentó seducir a Mamaire, Koestler sedujo a Simone, y los sentimientos se agriaron alrededor.

Pero la razón más importante fue política. Después de que Oscuridad a mediodía se convirtió en un best seller en Francia, Sartre se distanció de su autor, alegando que Koestler, al publicar los crímenes del régimen represivo soviético, se ponía al servicio del imperialismo norteamericano y bloqueaba el avance de la izquierda. No era que Sartre no supiera de los horrores descritos por Koestler -las prisiones, la tortura, los campos de trabajo de la Unión Soviética- sino que no le parecía políticamente conveniente. Le daban mucho ánimo a la burguesía.

Lo que le pasaba a Sartre le pasaba muchos, muchos otros, y no sólo los de la extrema izquierda. En su reciente y excelente recuento de la publicación de Oscuridad a mediodía y su impacto sobre el público occidental, un profesor de Literatura de Princeton, John Flemming, escribe que cualquier apreciación del debate incendiario internacional sobre el libro “requiere la reconstrucción de algunos modos de pensamiento que casi han desaparecido de la faz de la tierra”. Conceptos como “creencia” y “fe” ya no figuran tan frecuentemente en la política occidental contemporánea, y  cuando figuran (como tal vez lo hicieran en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2008) casi siempre son el prefacio de una desilusión.

En contraste, durante los 1930 y 1940, las creencias y la fe tenían mucho peso, y los comunistas verdaderos y sus acompañantes no se desilusionaban. Simplemente alteraban su análisis de la situación actual, ponían su fe en la sabiduría ulterior del Partido y seguían adelante hacia la construcción de la utopía. Koestler tenía una habilidad casi única para sacudir a tales personas en sus bases. A diferencia de los críticos del comunismo de la derecha y hasta los liberales, tenía cierto estatus en la izquierda cultural. Fue víctima del fascismo, un ex refugiado, una cara conocida en los círculos del Komintern, un antiguo combatiente de la Guerra Civil Española. Por ende, su devastadora crítica de la Unión Soviética debía ser tomada en serio por sus antiguos camaradas. Para algunos de ellos, era un hereje, un desertor, un traidor a la causa. Para otros se convirtió en un héroe.

En cuanto a Oscuridad a me–diodía, no fue sólo un libro popular, sino una de las principales razones por las cuales el Partido Comunista nunca llegó al poder en Francia, una verdadera responsabilidad en ese momento. A pesar de lo difícil que es para nosotros imaginarlo ahora, no era tan evidente, en 1946 ni en 1956, que Europa Occidental y los Estados Unidos permanecerían sólidamente unidos durante cincuenta años. Ni parecía en nada inevitable que Occidente ganara la Guerra Fría.

Junto con Rebelión en la granja de Or-well y I Chose Freedom, de Victor Kravchenko, Oscuridad a mediodía fue uno de los libros que ayudó a cambiar la corriente de la línea delantera intelectual, y aseguró la prevalencia de Occidente. Pero a menos que uno entienda todo eso, los logros  políticos y literarios de Arthur Koestler son, para el lector contemporáneo, fácilmente obnubilados por la extravagancia de sus transgresiones sexuales y personales.

Por todas esas razones, para Michael Scammell no pudo haber sido fácil escribir este libro, y ciertamente le tomó mucho tiempo hacerlo. Scammell es el autor de la biografía definitiva y merecidamente celebrada sobre Alexander Solzhenitsyn, publicada en 1984. Unos años después de terminarla emprendió el camino hacia la biografía de Koestler. Esto resultó ser una gran hazaña de resistencia escolástica. Según su propia admisión, “siguió a (Koestler) por catorce países en tres continentes,” entrevistó a cientos de personas y leyó muchas cajas de archivos. Este esfuerzo ciertamente valió la pena.

Debido a su investigación de todas las formas posibles de documentación se dio que reconstruyera escenas complicadas de la vida de Koestler con realidad histórica y don literario. Más de una vez nos dice lo que ocurre desde varias perspectivas: lo que Koestler dijo, lo que dijo la novia de Koestler, lo que dijo otra persona en la fiesta que recuerda veinte años más tarde, y cómo describió otro escritor este evento es su diario. Además, Scammell es un investigador de literatura rusa, y esto se siente.

A pesar de que es un libro largo, se siente compacto. Ninguno de los detalles ni las citas cuidadosamente seleccionadas parecen fuera de lugar. Los personajes principales se muestran desde todos los ángulos, con todas sus virtudes y fallas. El propio Koestler a veces parece tan vivo que pudiera salirse de la página.

Y sin embargo el paso del tiempo es un problema, si no para Scammell, sí para sus lectores. Un conocido mío de cierta edad, proveniente de Europa Central, recientemente me dijo que en su juventud nada se consideraba de tan mal gusto y pasado de moda como los muebles del Art Nouveau. Algo parecido ha ocurrido con Koestler. En estos momentos aun parece el hombre del ayer, pasado de moda y obsoleto. Sus mejores cualidades eventualmente podrían ser visibles para una generación más joven, así como una mesa elegantemente restaurada de Art Nouveau ahora le atrae a los coleccionistas y conocedores. Pero una gran cantidad de trabajo histórico y literario deberá hacerse, y más tiempo tendrá que pasar antes de que eso sea posible.

Un fin no menos dramático

En el caso de Koestler, una cantidad de otras cosas también van en contra de su reputación póstuma. Una de ellas es la forma como murió, un doble suicidio, en tándem con su esposa. El propio Koestler tenía 77 años y se moría de leucemia. Pero su esposa Cynthia tenía 55 y estaba saludable. A diferencia de sus esposas anteriores, no era ni hermosa ni tenía logros. Había sido su secretaria -de hecho su sirvienta- antes de que se casaran. Ante todo, él admiraba su habilidad para tomar dictado. Aunque parece que en la parte final de sus vidas el balance de poder entre ellos se igualó, y aunque está muy claro que estaba en total posesión de sus facultades en el momento -hasta tuvo la presencia mental de cancelar los periódicos- es imposible escapar a la sospecha de que, de alguna manera, en un esfuerzo por alcanzar un final espectacular, Koestler la intimidó hasta lograr que se matara junto con él.

La muerte de Cynthia no fue sólo de-sa-gradable para el público. Dejó la herencia literaria de Koestler sin un gerente obvio. Habiendo persuadido a varias mujeres para que tuvieran abortos, no tenía hijos, con la posible excepción de una hija que nunca admitió (con la que nunca tuvo nada que ver y ella tampoco con él).

Al momento de su muerte ya no tenía trato con sus contemporáneos aún con vida. La mayor parte de sus libros posteriores no tuvieron éxito financiero ni critico. Su legado final, el donativo en dinero para el estudio de la parapsicología, tampoco agrandó su reputación. Ni tuvo, como Orwell, una audiencia nacional obvia. Como judío húngaro cuya lengua materna era el alemán pero que escribía en inglés, no es parte natural del canon literario de nadie. Hay una Sociedad Orwell en Eton, pero dudo mucho que haya una Sociedad Koestler en algún colegio de Budapest.

una cantidad de otras cosas también van en contra de su reputación póstuma. Una de ellas es la forma como murió, un doble suicidio, en tándem con su esposa

Como resultado, la reputación de Koestler ha palidecido dramáticamente desde su muerte. A pesar de que  Oscuridad a mediodía permanente en las listas de “los grandes libros del siglo XX”, su periodismo, que en su momento fue al menos tan significativo como el de Orwell, casi no se conoce. Antes de escribir esta reseña yo no había leído La escoria de la tierra, el recuento periodístico y autobiográfico que hace Koestler del destino de los refugiados en Francia durante la Guerra. Tampoco recuerdo que alguien me dijera que lo hubiera leído.

Pero en vista de que que Scammell lo alaba, y porque aún se encuentra disponible, compré una copia. Fue una revelación: sorprendentemente claro, y relevante, no sólo para explicar el rápido colapso de Francia en 1940, pero para ilustrar algunas de las dificultades que Francia y otros países europeos todavía tienen para absorber “extranjeros”. Cuando terminé, le presté el libro a alguien. Y esto, se me ocurrió, es como se resucita una reputación literaria.

Claramente Scammell ha salido a hacer esto, y en este sentido, es más que una biografía. Es un argumento en defensa de la obra literaria de Koestler, si no enteramente en defensa del propio Koestler. Scammell no excusa a su sujeto, no maquilla sus múltiples fallas. Pero al recrear el entorno histórico en el que vivió y trabajó Koestler, al encajarlo en el centro de los grandes debates del siglo XX, esclarece sus logros ante un lector contemporáneo y así al menos hay una oportunidad para el éxito.

Olvidado y desaparecido

La prestigiosa periodista de investigación polaca Anne Applebaum es columnista del The Washington Post. Su monumental libro Gulag ganó en 2004 el Premio Pulitzer para ensayo y está publicado en castellano por el sello Debate. De Koestler se han editado en castellano su novela sobre las purgas soviéticas, El cero y el infinito (Destino) y su libro sobre cosmología Los sonámbulos (CONACULTA), entre unos pocos más. Pero es difícil conseguirlos en cualquier lengua. A lo mejor la profecía de Applebaum se cumple y esta nueva biografía lo rescata un poco para los lectores hispanohablantes.

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