Cuaderno de notas | Casimiro: libros como postales, por Harrys Salswach
Suelen comprarse como recuerdos en tiendas turísticas y, para aquellos coleccionistas, cada vez son más las editoriales que echan en las librerías marcapáginas de tales dimensiones, pero nadie las envía. Los libros que tengo en mis manos tienen unas dimensiones cercanas a las de una postal, 12 x 16,5 cm. Y, al igual que las…

Suelen comprarse como recuerdos en tiendas turísticas y, para aquellos coleccionistas, cada vez son más las editoriales que echan en las librerías marcapáginas de tales dimensiones, pero nadie las envía. Los libros que tengo en mis manos tienen unas dimensiones cercanas a las de una postal, 12 x 16,5 cm. Y, al igual que las más bellas, que pueden encontrarse en las tiendas de los museos, estos pequeños libros conforman una pinacoteca de detalles de las más hermosas obras de todos los tiempos.
Son apenas fragmentos de grandes pinturas, esculturas, edificios que alcanzan toda la cubierta de estas postales de la belleza: san Francisco de Asís, de Giotto; el ángel Gabriel de una anunciación, de Fra Angelico; el retablo de Isenheim, del torso al inri, de Grünewald; jarras y platos de un bodegón de Zurbarán; un autorretrato de John Ruskin; y un detalle de Ariadna, de Guido Reni, la muralla de Pamplona, de un viaje de Victor Hugo… son más de un centenar de libros que Casimiro ha editado en diez años de trabajo. Hacer un repaso por las portadas de los títulos es como visitar un museo universal repartido en cientos de pedazos.
Casimiro es una editorial dedicada al arte. En principio, a la pintura, otro tanto a la música, la escultura, la arquitectura, la literatura, el teatro, el cine y la fotografía. Si encontramos ensayos sobre ciudades, estas son depositarias y portadoras de lo artístico: Florencia, Roma, Nápoles, Milán; Madrid, Sevilla, Pamplona; Lisboa, Londres o Nueva York… y estas ciudades han encontrado en las plumas de los grandes literatos sus más aplicados admiradores y visitantes: Tirso de Molina, Henry James, Goethe, Stendhal, Rubén Darío, Georg Simmel, Miguel de Unamuno, Roberto Arlt, Edmondo de Amicis. La reunión de escritores y pintores, escultores, arquitectos, músicos, dramaturgos, ha sido el proyecto fundado por Francisco Ochoa de Michelena, editor y traductor español.
Ensayos breves, que no superan las 96 páginas y que concentran un tema que puede ser una pintura, una composición musical, un edificio, una ciudad, una teoría. De ahí la similitud con la postal. ¿Desde cuándo no enviamos una? Estos pequeños libros también son portadores de un tiempo quizás más cortés, amable, un tiempo para prestar atención, ver, aprender y saber.
En A fondo, Álvaro Cunqueiro le comenta a Joaquín Soler Serrano: «si yo ahora me pongo a comer una nécora de las rías de Vigo, y sé que se llama Portumnus puber, un dios protector de los puertos de los romanos, cuya estatua tenía una llave en la mano, y puber porque tiene como una barba que le nace a los muchachitos, tiene unos pelillos en el casco, es evidente que las nécoras me gustarán más». Y enseguida vincula el gallego «la centolla vestida de carmesí y plata» con la Infanta Margarita que pintó Velázquez «y se puede ver en el Prado»… qué duda cabe de que la centolla será más deliciosa. De la misma manera, este catálogo es el instrumento perfecto para saber más sobre las artes y, una vez que estamos frente a una obra, el goce se acreciente hasta abrumarnos de belleza o de «un no sé qué» que expanda la dicha de reconocer la trascendencia a la que está llamado el ser humano. Por cierto, Casimiro publicó hace pocos años El «no sé qué». Historia de una idea estética, una antología de textos del siglo xvii y xviii que han reunido los profesores romanos de estética, Paolo D’ Angelo y Stefano Velotti, sobre la inefabilidad de la experiencia estética.
En mis manos dos de estos libros-postales que haría bien cualquier amante del arte en enviárselo a sus afectos o a sí mismo. Imitación y verdad, de John Ruskin, para quien arte, moral y religión son inseparables. Es un librito que reúne sus reflexiones sobre un asunto capital en nuestros días: ¿Qué es la verdad? ¿Qué significa imitar y qué significa copiar? ¿Dónde se encuentra la imaginación si solo se copia la Creación? Estas interrogantes tendrán respuestas profundas y se volcarán en el único fundamento que puede sostener tales honduras: «Los hombres más imaginativos siempre estudian la materia más difícil y son siempre los más sedientos de nuevos saberes. La fantasía actúa como una ardilla en su prisión circular, y es feliz: pero la imaginación es más bien un peregrino que camina sobre la tierra en tanto su hogar está en el cielo».
El otro, Guido Reni, de Antonio Bolognini, presidente de la Academia de Bellas Artes de su ciudad, la misma del pintor, Bolonia. Este, un breve ensayo biográfico del autor de Hipómenes y Atalanta (recién restaurado), y un acercamiento a su técnica, motivos y colores: «Aplicaba el color con mucha gracia, con algunos toques claros o azules mezclados con las medias tintas, formando así encarnados diáfanos y muy delicados». Y señala Bolognini sobre Reni: «Insistía a sus estudiantes en que convenía estudiar mucho y sin descanso, sin perderse en bagatelas y diversiones; cosa que si al principio puede parecer una carga dura e insufrible, con el tiempo será tal el placer de aprender, que el estudio proporcionará alivio y satisfacción, y el cansancio no se hará notar». No está mal para darse un abreboca antes de visitar la recién inaugurada exposición sobre el pintor boloñés en el Museo del Prado. Como diría Cunqueiro, es evidente que sus pinturas serán más bellas.