Escribir en Pakistán: LA VIDA EN UN CAMPO MINADO
Un autor indio con mucho éxito en Occidente describe las condiciones en que intentan abrirse paso sus colegas en el inmenso e inestable Estado islámico que alguna vez fue parte de la India, y que hoy produce autores en inglés a los que sus compatriotas ignoran o desprecian

Hace mucho tiempo que la poesía lírica es el género más popular de literatura en el sur de Asia y el Medio Oriente; los poetas, y no los novelistas, se convirtieron en los legisladores más reconocidos por los ciudadanos de las nuevas naciones que emergieron después del colapso de los imperios europeos a mediados del siglo XX. Hasta los años 70 y 80, miles de personas en los pueblos del norte de India asistían a los mushairas, recitales públicos de poesía en urdu. En la universidad provincial a la que acudí conocí a muchos conocedores de literatura que rara vez leían novelas pero que se sabían los poemas de Pablo Neruda, Nazim Hikmet y Vladimir Mayakovsky, en hindú o en la traducción urdu, de memoria.
El representante más famoso de esa Internacional Socialista Literaria era Faiz Ahmed Faiz, cuyo centenario se cumple en 2012. Algunos de los cantantes clásicos más dotados le pusieron música a los poemas más románticos de Faiz. A sus admiradores de la India no les molestaba que Faiz fuera ciudadano de Pakistán, con el que India ha peleado tres guerras desde 1947.
Faiz, periodista y editor de periódicos además de poeta, había emergido de la India cosmopolita, y no dividida, de los años 30, la época en que muchos escritores emprendieron una vigorosa campaña para liberarse del gobierno colonialista al mismo tiempo que incorporaban las influencias literarias modernas de Europa. En los 80 las cadencias elegíacas de Faiz recordaban el idealismo compartido alguna vez por gente de ambos lados de la frontera entre India y Pakistán. Gran parte de estas esperanzas en un nuevo comienzo después de la colonia nunca se recuperaron de la partición de India en 1947, la cual fue diseñada en colaboración entre los británicos salientes y los políticos hindúes y musulmanes ávidos de poder, y que desató la peor violencia en la memoria de esa porción de Asia.
Poco antes de desplegar la bandera india el 15 de agosto de 1947, Jawaharlal Nehru, el primer ministro de India, habló grandilocuentemente sobre el despertar de India “mientras el mundo duerme”. Y hasta sobre la vida y libertad entrando en “su cita con el destino”. Estas palabras eran huecas para tantas víctimas de la partición. A todo lo ancho de ese territorio que se dividía, Faiz expresó su desconcierto e indignación por el ambiente de celebración oficial cuando escribió en uno de sus poemas más admirados:
esta luz de noche difuminada
Este no es ese amanecer que,
embelesados de libertad
Habíamos previsto con mera añoranza
Tan seguros de que en algún rincón
de su desierto el cielo albergaba
Un refugio final para las estrellas,
y que podíamos hallarlo.
Ahora escucho la terrible mentira
desenfrenada:
La Luz ha sido amputada para
siempre de la Oscuridad;
Nuestros pies, se oye, ahora van unidos
con su meta.
Vean a nuestros líderes pulir
Su actitud limpia de nuestro sufrimiento:
Es cierto, debemos confesar solo
la felicidad absoluta;
Debemos capitular cualquier
declaración para el Amado-
Toda añoranza se prohíbe.
Pero el corazón, el ojo, el corazón
más profundo aún
Todavía arde por el Amado, su agitación brilla.
En la linterna al lado del camino
la llama aguarda las noticias:
¿Llegó alguna vez la brisa matutina?
¿A dónde se ha ido?
La noche nos aplasta, todavía nos aplasta.
Amigos, apártense de esta luz falsa.
Vengan, debemos buscar
ese Amanecer prometido.
(Traducido por Agha Shahid Ali).
Faiz nunca encontró su amanecer prometido. El fundador de Pakistán, Mohammed Ali Jinnah, murió antes de que pudiera construir una democracia civil -y secular- en lo que había sido la región más feudal de la India. Como ocurrió en Egipto durante su caótica transición post colonial, hombres del ejército –la institución más fuerte del país- pronto tomaron el poder. La promoción de una sociedad socialista de Faiz lo expuso a la maldad de las elites, tanto feudales como seculares y militares, y de los fundamentalistas religiosos. Preso en los 50 por supuestas conspiraciones contra el Estado, Faiz, como muchos escritores paquistaníes, escogió el exilio cuando el general Zia-ul-Haq dio su golpe en 1977 y comenzó rápidamente a “islamizar” a Pakistán, ayudado tanto por los wahabíes de Arabia Saudita como por la CIA, después de que la Unión Soviética invadiera Afganistán en 1979.
Perennemente en combate contra las clases terratenientes, contra los políticos auto complacientes, contra los fundamentalistas y los déspotas militares de su país, Faiz murió en 1984. Para entonces había ayudado a definir en Pakistán una poderosa tradición de literatura políticamente comprometida que se parecía, en su preocupación por el destino de la sociedad y la clara aspiración de estabilidad y justicia, a otros esfuerzos postcoloniales como las del novelista nigeriano Chinua Achebe y el escritor indonesio Pramoedya Ananta Toer.
Mangos en India, bombas en Pakistán
Seis décadas más tarde, el amanecer de Faiz todavía es esquivo. Pakistán sigue siendo un ideal no alcanzado, trabajado en inglés por gran parte de la generación contemporánea de escritores internacionales: una nación incoherente, cubierta por la corrupción de las opresiones de clase, religión y género, y llena también de silencios vergonzosos.
El contraste con la vecina India no puede ser más crudo. En 1947 India recibió intacta la mayor parte de las instituciones estatales de la colonia. En el poder durante casi tres décadas continuas, el partido de Nehru le aseguraría al Congreso un grado de estabilidad política y continuidad, y mantendría a India libre de enredos internacionales comprometedores. Las inversiones a tiempo hechas por Nehru en la producción industrial y en la educación universitaria tuvieron su efecto sobre la clase media en expansión. En los 80, la clase burguesa nativa, que es predominantemente hindú y de casta alta, empezó a producir novelas en inglés consistentemente, lo cual, para muchos lectores en Occidente, pronto llegó a representar, sin tomar en cuenta la gran cantidad de escritura no traducida de los idiomas locales, la literatura india en general.
El novelista Amit Chaudhuri se queja de que la novela postcolonialista de la India en inglés casi siempre reproduce una “narrativa nacional” de historia del salón de clases, que presenta a India como una “totalidad reconocible” y que “define a cada miembro de la clase dirigente india”. Ciertamente los muchos conflictos y fracasos propios de India en la construcción de la nación no han afectado directamente a gran parte de la generación posterior a Nehru de novelistas indios que escriben en inglés. Una novela como A Suitable Boy, de Vikram Seth, que detalla panorámicamente cómo la burguesía profesional asumió serenamente su herencia postcolonial en los 50, no puede transcurrir en Pakistán, cuyo permanente estado de caos ha permitido pocas certezas, aun para los más poderosos y pudientes.
Algunas novelas recientes de Arundhati Roy, Kiran Desai y Aravind Adiga manifiestan un sentido más lúgubre de la situación en India después de la colonia, su vieja violencia política y la que más recientemente producen los conflictos de religión, clase y casta. Pero ha habido muchas más de lo que el novelista Rana Dasgupta llama “novelas melancólicas de sari y mango con tramas generacionales y prosa empapada de lluvias torrenciales”. El “lirismo fragante” de la novela india en inglés puede parecer, como dice Dasgupta, “deshonestamente manso” y su visión autocomplaciente y nostálgica de las altas clases sobre India pudiera estar amenazada por lo que le han hecho al país un nuevoriquismo agresivamente vulgar, el nacionalismo hindú, los comunistas militantes y las nuevas alianzas de empresarios corporativos y políticos corruptos. Sin embargo, la alegría lingüística y la confianza intelectual siguen siendo, en Occidente al menos, las particularidades más notables de la escritura india en inglés, manteniendo a flote la idea más popular de una democracia vibrante y una India capitalista navegando hacia su encuentro con el destino, si acaso no ha llegado ya.
En comparación, los escritores paquistaníes que trabajan en inglés –ahora más atraídos hacia la ficción que hacia la poesía– asumen el peso de representar a su país ante el mundo en un momento muy difícil de la historia. Como aliado inconstante en la “guerra contra el terrorismo” y aparentemente sosteniendo la llave de la seguridad occidental y la dignidad en Afganistán, Pakistán parece inquietantemente inescrutable desde el 11 de septiembre de 2001, y muchos escritores paquistaníes de ficción en inglés ahora se encuentran catapultados hacia la ruidosa confluencia de la geopolítica y la literatura.
Preseleccionada para los premios Man Booker y Dublin Impac, la segunda novela de Mohsin Hamid, The Reluctant Fundamentalist, que describe la radicalización política de un paquistaní educado en Princeton, es un best seller internacional. Las tres novelas de Nadeem Aslam, un escritor nacido en Pakistán a quien tanto Colm Toibin como A. S. Byatt aclaman como uno de los mejores escritores de Gran Bretaña, parece delinear un arco de extremismo cada vez más amplio, desde los pequeños pueblos de Pakistán hasta las metrópolis occidentales.
La primera novela de Mohammed Hanif, A Case of Exploding Mangoes, sucede en 1988, alrededor de la misteriosa muerte en un accidente aéreo de Zia-ul-Haq y el embajador de Estados Unidos. La ficción breve de Daniyal Mueenuddin en Other Rooms, Other Wonders, que describe la crueldad del mundo rural en el que los poderosos se aprovechan sin tregua de los débiles, ha sido alabada ampliamente hasta por el difunto Richard Holbrooke, quien se lo recomendó a Barack Obama por que según el diplomático mostraba una imagen de Pakistán muy elocuente.
La edición de otoño de 2010 de Granta fue dedicada íntegramente a Pakistán, con artículos sobre Faisal Shahzad, el de la bomba en Jinnah y Times Square, y de cómo la nueva ficción paquistaní parece responder a la nerviosa curiosidad occi-dental sobre las complejidades del país. De pronto los escritores paquistaníes parecen estar omnipresentes: en lecturas, conferencias, festivales literarios y páginas de revistas, donde frecuentemente asumen la delicada tarea de aclararle a sus lectores británicos y norteamericanos sus ideas y prejuicios sobre Pakistán, los musulmanes y el mundo islámico. Pero ¿cuál es su posición dentro de Pakistán mismo, un país donde muy poca gente lee ficción en inglés y, sobre todo, donde hay tragedia y confusión sin fin?
El país que no fue, el país que es
Las inundaciones de 2010, las peores en más de un siglo, afectaron a la quinta parte del país, dejando a más de 20 millones de personas sin techo. Cerca de la frontera paquistaní con Afganistán los Predators de EEUU matan casi diariamente a sospechosos militantes de al-Quaeda y talibanes, y un número de civiles no especificado. Los atentados con bomba de suicidas vengativos que pertenecen al llamado Talibán Paquistaní, un grupo surtido de islamistas radicales empeñados en vencer a EEUU y sus aliados e imponer un gobierno más islámico en la región, se han vuelto cotidianos. Como escribió en The New York Review of Books Mohsin Hamid, quien vive en Pakistán, casi 35.000 paquistaníes han muerto y millones han sido desplazados durante la última década de “terror y violencia contra el terror”. Percibido ampliamente como corrupto, inepto y mantenido deshonrosamente por Estados Unidos, el gobierno civil de Pakistán pierde velozmente su autoridad, no solo en las relativamente aisladas regiones fronterizas, donde resurge el talibán paquistaní, sino en partes de Punjab, el corazón cultural y político del país, así como su provincia más rica y poblada, con frontera con la India.
“El talibán es como la Alemania nazi”, me dijo Daniyal Mueenuddin. “No se les puede persuadir para que se detengan”. Mueenuddin vive parte del año en un cultivo de mangos en Punjab del Sur, cuya población enormemente pobre y religiosa es particularmente vulnerable al mercadeo fundamentalista de justicia social y económica inmediata. Lo conocí en 2009, en la gran hacienda de la familia en los cerros de Maargalla, cerca de Islamabad, a unos kilómetros al sur del pueblo de Murree, que fue construido por los británicos. La madre norteamericana de Mueenuddin, una escritora y periodista, construyó la casa principal de la hacienda a finales de los 60, incorporando una gigantesca roca en la sala de la casa; parte del gusto literario y la curiosidad intelectual parece haberse embalsamado en la biblioteca de madera oscura llena de libros de Robert Lowell, C. Wright Mills, John K. Galbraith y Paul Goodman. Desde el patio de la casa se ven las ciudades gemelas de Islamabad y Rawalpindi, que en las llanuras parecen perdidas en la neblina. Pero las dificultades continuas de Pakistán nunca estuvieron lejos de nuestra conversación. Mueenuddin me dijo: “He perdido mi confianza. No sé qué es lo que ocurre a mi alrededor y me preocupa el día en que el talibán toque a mi puerta”.
Viviendo en Lahore, Mohsin Hamid intenta, como escribió recientemente, “no pensar mucho sobre los francotiradores en las azoteas de las escuelas primarias y las barricadas de acero a las puertas de los colegios, repitiéndome que a mi hija todavía le quedan algunos años antes de que la tenga que inscribir”. La ciudad de Karachi, donde el sectarismo étnico y las mafias locales inescrupulosas son una amenaza mayor que el talibán, y que recientemente ha tenido un renacimiento cultural (nuevas librerías, teatros, un festival anual de cine y literatura, canales de noticias en la televisión donde los anclas interrogan a políticos y oficiales con aspereza sorprendente) no es inmune al sentimiento de ansiedad que atraviesa la nación. En 2009 Mohammed Hanif me dijo: “Espero que el talibán tarde mucho en llegar a Karachi”. Hanif se rió pero hablaba muy en serio. Tras una década de trabajo con el servicio urdu de la BBC en Londres, había regresado a Karachi en 2008 con su mujer y un hijo de 10 años. Recientemente, en Swat, había visitado la nefasta plaza rebautizada localmente como Plaza Matadero, donde el talibán colgaba los cadáveres de sus enemigos chorreando sangre. Me dijo que se le hacía difícil escribir su segunda novela en medio de esta alarma general. Pero Hanif no es el único que se siente así.
Más que otros pueblos que han vivido colonizaciones, la vida de los paquistaníes después de la colonia sigue estando sujeta a los eventos externos: la Guerra Fría, antes, y ahora la guerra contra el terrorismo. Una noche, en los Lawrence Gardens de Lahore, me topé con un grupo de limpiabotas. Cargados de pesadas cajas en sus bracitos, que les dejaba profundas marcas en su piel, los jovencitos caminaban detrás de los pocos transeúntes clase media del parque, buscándoles los ojos con cara de disculpa y hablándoles en urdu con acento pashtún. Resultaron ser de Bajaur, una de las regiones tribales que bordean Afganistán, donde se estima que dos millones de personas han huido del noreste de Pakistán hacia el interior, tras los ataques estadounidenses y las luchas terribles e inconclusas entre los militantes y el ejército paquistaní.
Comentando este ultimo efecto retroactivo de la guerra contra el terrorismo, Nadeem Aslam me habló de su reciente, y primer, viaje a Washington, D.C., lo cual lo hizo sorprenderse de nuevo por la manera como su biografía y su trabajo habían sido afectados por vastas fuerzas históricas que atravesaron varios continentes. Como muchos paquistaníes educados en las instituciones modernas, el padre y los tíos de Aslam eran izquierdistas laicos que aspiraban desmantelar las jerarquías feudales de Pakistán y construir un Estado protector. Pero su posición, que en el mejor de los casos era solo la de los que viven asediados, pronto se volvió insostenible con Zia-ul-Haq, quien envalentonado por el apoyo estadounidense y la manutención saudita de la jihad global contra el comunismo soviético, impuso un severo régimen de “islamización”. En 1981, después de que uno de sus tíos fuera torturado en prisión, el padre de Aslam emigró con su familia a Gran Bretaña, volviéndose así parte del éxodo general de la pequeña pero progresista clase media paquistaní.
Aslam, extrañamente para un escritor del sur de Asia que publica en inglés, pertenece a la clase menos pudiente de su país, y ahora vive en el norte de Inglaterra, un epicentro poco probable para el islamismo radical: jóvenes musulmanes británicos de padres paquistaníes del pueblo de Dewsbury, en Yorkshire, colocaron las bombas que mataron a más de 50 personas en Londres en julio de 2005. Aslam estaba de visita en Pakistán investigando para su trilogía sobre los traumas recientes de su país. Una mañana viajé con él desde Lahore hasta el barrio de Gujranwala, en Punjab, donde pasó sus primeros catorce años. En el camino, Aslam me contó sobre la mezquita de su viejo vecindario, desde el cual los mullah cabeza caliente enviaron decenas de jóvenes a la jihad –y al martirio– en la parte india de Cachemira y en Afganistán. Recuerda cómo el mullah local de su infancia, que luego fue un personaje de su novela Season of the Rainbirds, confiscaba y destruía los juguetes de los niños porque eran anti islámicos. Después de mis aprensiones provocadas por las memorias de Aslam, Gujranwala resultó ser como cualquier pequeña ciudad de Asia del Sur, sus agitadas calles y bazares absorbidas por su propio caos. Pakistán puede parecer desde lejos un estado “fallido” o en vías a “fallar”, con la sharia instantánea del talibán como el sistema legal del futuro, pero el grupo de litigantes era grande en las cortes distritales donde nos encontramos con el tío de Aslam.
Un viejo elegante, vestido con chaqueta y corbata, Kamran Chacha, como le dice Aslam, parecía haber sobrevivido a muchos de los desastres políticos de Pakistán en su pequeña oficina trasera, con sus cerros de archivos polvorientos predigitales y una vista, a través de la puerta abierta, de escribanos profesionales encorvados sobre masivas máquinas de escribir antiguas. Como organizador de sindicatos, Kamran Chacha fue encarcelado dos veces durante el régimen de Zia-ul-Haq, desde 1977 hasta 1988. Algunos minutos después de encontrarse con nosotros empezó a recordar los fracasos de la izquierda política que una vez fue sólida en Pakistán -lamentaba particularmente la decisión que tomaron de desdeñar al Islam en un país devoto- cuando se le unieron dos de sus colegas. Con orgullo, Karam presentó a Aslam, el exitoso, a los visitantes.
Apareció el té y como siempre en Asia del Sur, la conversación no se alejó mucho del estado del país. El talibán había avanzado en Punjab, pero los abogados no parecían muy pesimistas. Sus pares de traje negro habían dirigido las campañas civiles que sacaron al general Pervez Musharraf en agosto de 2008; un par de semanas antes de nuestra visita, los abogados habían ayudado al errático presidente Asif Ali Zardari a reinstaurar al juez superior de la Corte Suprema que había sido despedido por Musharraf. Estos brotes democráticos también parecen decir que son parte del Pakistán contemporáneo, junto con el extremismo violento que domina las percepciones de Pakistán que hoy tiene Occidente.
Tan pronto como dejamos el distrito de las cortes y los bazares principales, las calles empeoraron, hasta el punto de que nos encontramos saltando cráteres en las vías de lo que el tío de Aslam dijo que había sido un vecindario elegante en los 50 y 60, el enclave de lo que fue la próspera clase media de la ciudad. Pero el deterioro es lo que priva en lo que fue el hábitat de la gente que iba a levantar un Pakistán distinto, antes de que los choques políticos y económicos de Pakistán forzaron a esa casta de eventuales hacedores de país a expatriarse hacia Arabia Saudita, el Golfo Pérsico, Gran Bretaña y América del Norte.
En las salas que visitamos, donde el polvo y la tierra de las calles no pavimentadas fueron suprimidas con el furor por el orden doméstico de las clases medias bajas, los parientes de Aslam parecían escasamente salvados de la indigencia por las remesas de sus hijos en el extranjero. El cine art déco que gerenció alguna vez su padre yacía abandonado en un espacio lleno de monte. La mezquita de la infancia de Aslam –donde cientos de hombres jóvenes se unieron a la jihad y perecieron tempranamente- evidenciaba una renovación ambiciosa.
Las barbas pobladas de los “fundos”, como le dicen los paquistaníes a los extremistas islámicos, vuelven inútil la antigua barbería de Aslam, donde el viejo barbero estaba entre afeitadoras y cepillos antiguos, observando la calle con sus ojos delineados con kohl, pero también estaba un conocido de edad media cuyo sobrino había sido martirizado en Cachemira, y a cuyo hijo, empleado de uno de los nuevos canales de televisión, lo secuestró el talibán cerca de Peshawar.
Profetas fuera de su tierra
Ninguno de los traumas de Pakistán en el pasado -golpes militares, desasosiego étnico, genocidio a manos de las fuerzas paquistaníes en Pakistán Oriental (hoy Bangladesh) seguido por la secesión de los musulmanes bengalíes en 1971- dejaron desafectados a sus escritores. Es comprensible que Aslam se resista a la idea de que la delicada forma de arte que es la novela no puede, ni debe siquiera, intentar evocar las presiones políticas e ideológicas en la vida contemporánea. Él sugiere que este prejuicio solo puede existir en sociedades imperiales poderosas que han sido protegidas de las más severas consecuencias de sus decisiones políticas. “La guerra fría”, escribe en The Wasted Vigil, una novela que ocurre en el Afganistán destruido por la violencia, “era fría solo en los lugares ricos y privilegiados del planeta”.
“Después de que ocurrió el 11 de septiembre”, me dijo Aslam, “muchos escritores en Gran Bretaña y Estados Unidos dijeron que percibían que su trabajo no tenía sentido por lo desconectados que estaban de ese evento. En cambio yo sentía que había estado estado escribiendo sobre el 11/9 toda mi vida”. Otros escritores paquistaníes también parecen estar conscientes de que las vidas privadas de su nación casi artificial no pueden contemplarse aisladamente, ni a partir de muchas historias regionales y globales solapadas. El dramático monólogo de Mohsin Hamid The Reluctant Fundamentalist describe la tensa relación entre un impaciente paquistaní pro norteamericano y sus patronos occidentales. A Case of Exploding Mangoes de Mohammed Hanif propone una mirada cáustica de los oficiales estadounidenses cómplices de convertir a Pakistán en una base global para la jihad durante la guerra contra la ocupación soviética de Afganistán.
Estos relatos de la política exterior de Estados Unidos no son ni más ni menos rigurosos que aquellos que han hecho liberales norteamericanos (de hecho, muchos escritores paquistaníes fueron educados en guarderías de las elites liberales norteamericanas de la costa este, tales como Groton, Dartmouth, la escuela de Derecho de Yale y la Princeton, y han trabajado durante períodos largos en Estados Unidos).
Sin embargo, al examinar la larga y complicada historia de Estados Unidos dentro de su país, los escritores paquistaníes no solo están lejos de ser los actores “adorables” como una vez Irving Howe dijera que “los occidentales frecuentemente buscaban entre los escritores de las colonias”. Su ficción también corre el riesgo de ser leída, al menos por su principal público en los sitios ricos y privilegiados del planeta, como polémica y de reproche, o como simple propaganda (no son ampliamente leídos en el propio Pakistán).
Durante su gira literaria promocional por Estados Unidos, Mohsin Hamid se vio acosado diariamente por lectores que exigían saber por qué había escrito una novela “anti norteamericana”.
En realidad, como sus pares que escriben en urdu, los escritores paquistaníes que escriben en inglés toman una posición mucho más dura ante las élites paquistaníes corruptas que ante sus cínicos facilitadores occidentales. Ambientada en el medio de la clase más alta de Lahore, la primera novela de Mohsin Hamid, Moth Smoke, sondeaba lo que Jhumpa Lahiri describió como “la vulgaridad y la violencia que merodea por debajo de la superficie de la afluencia y la comodidad”. Y como muchos otros escritores de Estados “fallidos”, los novelistas paquistaníes en inglés saben también que la vida humana sigue, con pequeñas alegrías y tristezas, en medio de las crisis políticas más severas. Casi todas las novelas de Kamila Shamsie describen un Karachi que puede amarse localmente por su pasión por el cricket y su conversación, aún si los extranjeros han conocido la ciudad principalmente por su violencia sectaria y religiosa.
Novelas como A Case of Exploding Mangoes de Mohammed Hanif siguen una larga tradición literaria del sur de Asia, con sus figuras santurronas cuestionadoras y burlonas. Pero los escritores en inglés hoy tienen públicos globales mixtos y frecuentemente ferozmente partidistas. Esto los expone, en estos momentos volátiles, a más de un crítico literario tendencioso en Pakistán. Tres editores rechazaron la novela de Hanif en Pakistán, temiendo represalias de partidarios islamistas de Zia-ul-Haq; la edición que se consigue ahora en Pakistán fue impresa en India. Cuando le pregunté a Daniyal Mueenuddin si pensaba traducir al urdu los cuentos recogidos en In Other Rooms, Other Wonders, respondió: “¡Vivo aquí, amigo! No quiero problemas”.
Los escritores paquistaníes que viven en Occidente, o que tienen la nacionalidad europea o estadounidense, pueden considerarse paquistaníes o musulmanes (aun cuando no siguen ninguna religión), con todas sus emociones complejas de miedo, rabia, desconcierto, curiosidad y simpatía que provocan su país y su religión hoy en día. En Pakistán, sin embargo, pueden ser identificados con las clases medias altas occidentalizadas de su país: una minoría transnacional aparentemente atea y relajada que se considera por encima de la fe y las creencias de la gente común. Tal era la percepción preocupantemente generalizada en Pakistán de Salman Taseer, el gobernador liberal de Punjab que fue asesinado en enero de 2010 por apoyar a una mujer cristiana sentenciada a muerte por blasfemia.
Poco después de que me fui de Lahore, Nadeem Aslam escribió para decir que cuando le habló a un público en la Universidad de Ciencias Gerenciales de Lahore (LUMS) había sido acusado por una mujer joven, una estudiante del doctorado en Literatura, de envilecer al Islam. De acuerdo con ella, Aslam había malinterpretado el Corán en grande en The Wasted Vigil al citar algunos de sus versos sobre la jihad fuera de contexto. Su intervención causó una breve conmoción. Aslam trató de explicar que su libro era una novela y que la visión distorsionada del Islam existía en la mente de uno de sus personajes, un muchacho de la jihad afgana. Su critico insistió en distribuir un panfleto que insinuaba, entre otras cosas, que no se puede confiar en Aslam porque aceptó dinero del Britain’s Royal Literary Fund. Algunos días después la detractora de Aslam publicó un artículo en The News, uno de los principales diarios en inglés, describiendo la escena desde su propia perspectiva. “La incomodidad”, destacó, “estaba escrita en grande en las caras del público liberal extremo”, cuando intentaba cuestionar a Aslam sobre su representación del Corán. “Dada la manera en que los musulmanes se perciben en el mundo y como algunos musulmanes se perciben a sí mismos”, añadió, “no es justo que alguien perpetúe el estereotipo de una manera tan irresponsable”.
Una defensa de este tipo no se da sin base mientras el sentimiento anti musulmán crece en Europa y América. Algunos lectores norteamericanos y europeos de la novela de Aslam pueden, de hecho, tomar la visión peyorativa del Islam que esta doctoranda de Lahore temía. Las descripciones de Aslam de las matanzas por honor y la brutalidad del Talibán pueden hacerlo parecerse ideológicamente a Ayaan Hirsi Ali, la intelectual somalí que tan duramente ha criticado al Islam desde Holanda. De hecho, las novelas de Aslam coordinan cuidadosamente una tensa dialéctica entre personajes con diferentes experiencias y visiones del mundo, los torturadores de la CIA así como los bombarderos suicidas musulmanes; y puede insistir que no está en el negocio de denunciar religiones y sociedades enteras. Pero en un momento en que la presunción intelectual conocida como el “choque de civilizaciones” se toma como un hecho, los escritores paquistaníes pudieran hallarse cortejados y denunciados por guerreros culturales tanto en Occidente como en Pakistán.
Sus sutiles ficciones ofrecen una alternativa atractiva a la costumbre reflexiva de mirar a Pakistán desde la perspectiva estrecha de la seguridad occidental y los intereses estratégicos. Al mismo tiempo son mucho menos capaces que otros escritores de evitar lecturas ideológicamente cargadas de sus trabajos. Lo que hace que su ficción sea destacada internacionalmente -el temor occidental ante un Pakistán armado nuclearmente, por ejemplo- también influye en moldear su interpretación del presente.
Mientras tanto, no es probable que sigan siendo vulnerables dentro de Pakistán. Trabajando en un idioma y una forma artística que pocos de sus compatriotas comprenden, su liberalismo social y político probablemente sea visto como otra señal de decadencia y corrupción de parte de las elites pro occidentales del país. Pero a medida que el trabajo de Faiz Ahmed Faiz, Pramoedya Ananta Toer y muchos otros escritores de países africanos y asiáticos evidencien cómo es la vida en el campo minado político, también puede ser un estímulo para otros artistas.
Viviendo en un Estado-nación frágil, los escritores paquistaníes no pueden evitar un hecho que todavía solo preocupa ocasionalmente a practicantes de la novela en sociedades más seguras y auto contenidas: que muchas vidas privadas en la actualidad se moldean cada vez más por fuerzas globales como el extremismo religioso y los alzamientos políticos y económicos. Bajo tal stress, el yo se vuelve cada vez más ambiguo y desconocido, una perspicacia que convierte a la mejor escritura paquistaní en inglés en algo más que de actualidad, y que puede ayudarla a seguir mucho después de que los dramas geopolíticos de nuestro tiempo hayan sido olvidados.
Sombras asiáticas
Pankaj Mishra, el autor de este ensayo, nació en India del Norte en 1969 y ahora vive entre Inglaterra e India. Es el autor de la novela Los románticos y el ensayo de viajes Para no sufrir más: el Buda en el mundo, ambos publicados por Anagrama en español. Su libro más reciente es Temptations of the West: How to Be Modern in India, Pakistan, Tibet, and Beyond. Los sellos Anagrama, Alfaguara y Salamandra han publicado a varios de los autores más conocidos del sur de Asia o de las diásporas india y paquistaní, como Arundhati Roy. Los nuevos autores paquistaníes están disponibles sobre todo en inglés. En cuanto a Pakistán, como se ve en las noticias, sigue siendo un país muy poblado y muy inestable, en el que avanza el fundamentalismo más violento y en el que el régimen militar no termina de hablar con claridad sobre sus relaciones con los talibanes, su agenda nuclear hacia India o su vinculación con el hecho de que Osama bin Laden haya estado refugiado en su territorio durante tanto tiempo.