Gris Tormenta en Querétaro

El estímulo del sello editorial Gris Tormenta radica en su manera particular de agrupar los temas y asuntos de escritores consagrados.

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El estímulo del sello editorial Gris Tormenta radica en su manera particular de agrupar los temas y asuntos de escritores consagrados

Es esta una editorial que prescinde de comunicarles un «no» a los autores. Tampoco es que les diga «sí». Son los autores quienes dicen «sí» o «no» a la editorial. Los editores proponen y los escritores disponen. Esto no quiere decir que no haya una labor de edición con el material. Eso sí, suele ser mínima por la brevedad y calidad de los textos recibidos. La apuesta no es por si el libro tendrá o no acogida en el público, este riesgo es el habitual, sino por si la idea propuesta logra emerger, materializarse y ajustarse según lo esperado en la voz de quienes aceptan el encargo.

Los editores mejicanos Jacobo Zanella y Mauricio Sánchez imaginan un libro que ya han leído, ese es el punto de partida, y luego buscan la pluma o las plumas que puedan realizarlo o dan con textos que, en algún lugar, están a la espera de que el enfoque y la reunión con otros les den una vida distinta o los enmarquen bajo otras perspectivas. He ahí el riesgo. Este catálogo no es uno que descubra autores o cuya rareza destaque por sí misma. Los autores de Gris Tormenta son escritores consagrados, el estímulo radica en los temas, los asuntos y las maneras de agruparlos.

Dos colecciones integran el pequeño proyecto que ha cumplido seis años este 2023. Disertaciones, cuya heterogeneidad de contenidos la hace la más amplia de mirada y público. Distintas perspectivas, voces, estilos dan cuenta de algún tema universal y eterno: el amor, el exilio, el lenguaje, el silencio, lo cotidiano… los autores que se encuentran en estas antologías son extraordinarios, desde George Steiner, Natalia Ginzburg, Juan Villoro, Julian Barnes, Pablo d’ Ors, Juan Cárdenas hasta Elon Musk y Yuri Gagarín.

Un título de esta colección, La experiencia del amor, nace luego del trabajo junto a Mario Muchnik en Editar Guerra y paz (de la otra colección), y caer en cuenta que la relación entre editores y algunos autores mayores es especial o al menos distinta a la relación que se tiene con los jóvenes. Tan solo la calidez y sapiencia hicieron pensar a Zanella y a Sánchez en reunir en una antología de textos de escritores de edades avanzadas sino ancianos en torno a un asunto, este, el amor. Desde quienes ya lo han vivido y han experimentado sus formas, tiempos, circunstancias, contextos, motivaciones, satisfacciones e insatisfacciones, estas reflexiones amplían o trascienden —que no anulan o descartan— la noción romántica.

La otra colección, Editor, se podría decir que restringe la heterogeneidad de la anterior. La naturaleza de esta colección es la del oficio. El de hacer libros. Este doblez quizás sea el signo de la propia bicefalia que piensa esta editorial. Es una colección que reúne textos de todos aquellos quienes conocen la laboriosidad, la hechura, la trastienda de los libros, sus procesos, prolegómenos, los pasillos tras los telones del escenario libresco. El lector acude a una librería y mira, busca o se deja seducir por el libro ya hecho, lo que ha sucedido hasta llegar ahí lo ignora —y no tiene por qué conocerlo—, pero esta declaración no resta curiosidad, ¿quién no ha querido saber cómo funciona un reloj por dentro? Es esta colección una madriguera de Alicia para adentrarse en los recovecos de la edición. Algunos nombres: Thomas Bernhard, Mario Muchnik, Alan Pauls, Alejandro Zambra, Ignacio Echeverría, Jhumpa Lahiri, entre otros.

Un título de esta colección, El atuendo de los libros, fue el discurso inaugural de la novena edición del Festival degli Scrittori, un encuentro celebrado en la siempre bella ciudad de Florencia para acercar a lectores y escritores. En esta conferencia que se lee como un ensayo, la escritora británica de padres bengalíes, Jhumpa Lahiri, se adentra en la relación del autor con las cubiertas de sus libros, con los procesos editoriales de los diseñadores y la materialización de una idea que de alguna manera contenga —o no— «ecos ópticos» con respecto al texto. Es una reflexión en la que se respira franqueza, de una intimidad improbable en la que se crean vínculos entre los recuerdos de infancia y las cubiertas de los libros.

Lahiri traza un camino que se siente tan natural como la lluvia entre los usos de la vestimenta cuando era una niña hasta cuando la usanza más occidental (jeans y camisetas) la desmarcaban de sus raíces, pero a la vez subrayaban su identidad y la vestimenta de los libros. Se pasea por su biblioteca romana y se sorprende a sí misma porque los libros los ha ordenado de frente y no de lomo, y las novelas y ensayos de sus amigos italianos son como las imágenes de su nueva familia. Y es que Lahiri se mudó de ciudad y de lengua y sus más recientes libros (incluido este) han sido escritos originalmente en italiano, Donde me encuentro (Dove mi trovo), y Cuentos romanos (Racconti romani), ambos publicados en Lumen. Lahiri confiesa —¿quién no lo ha hecho?— haber comprado libros solo por sus cubiertas.

Y es que como bien señala «La cubierta correcta es como un abrigo hermoso, cálido y elegante que envuelve a mis palabras mientras caminan por el mundo para encontrarse con mis lectores». Asimismo, se pregunta si los diseñadores de algunas de las cubiertas de sus libros leyeron sus novelas y cuentos o si solo le dieron una mirada, si les gustó o no, si la entendieron. Algunas de las cubiertas de sus libros no son de su agrado. Nunca interviene en los procesos creativos. Y esto le hace sentir que hay una pérdida de libertad, pero que no puede hacer nada al respecto y por eso cuando no le gusta alguna le despierta «una sensación de distanciamiento total (…) siento el deseo súbito de alejarme de ella. Pero no es posible. La cubierta está tocando mis palabras».

La colección Editor es elegante, no llega al minimalismo de Fitzcarraldo, pero sí a que sus cubiertas prescinden de imágenes. La franja superior blanca con el nombre del autor contrasta sutilmente con el color atenuado (que puede ser gris pálido, rosado, azul, beis) del resto de la cubierta. Las dimensiones (11,5 cm x 17,5 cm) hacen de la lectura una íntima y cálida y las solapas completas distancian al formato del popular bolsillo.

En las propias palabras de Lahiri, una cubierta le asigna un carácter al contenido que enmarca. Se me ha hecho habitual comentar la cercanía entre el referente y lo referido cuando veo las cubiertas de los libros de editoriales hispanoamericanas (con sus hermosas excepciones, claro está) y cómo redundan las imágenes, el título y la contraportada. Por lo general, me comentan que esa explícita reiteración busca una claridad inequívoca para con el lector. Como si se tratase de una señal de tránsito. Con respecto a esto Lahiri acierta en un par de líneas «la cubierta de un libro es una suerte de traducción, es decir, una interpretación de mis palabras en otra lengua: la visual. Representa el texto, pero no es parte de él. Por lo tanto no debería de ser tan literal. Debería captar el libro a su modo». Esta consideración pareciera no ser muy tomada en cuenta si nos acercamos a cualquier librería hispana, así como el propio nombre de la editorial no suele ser habitual por los cielos de Querétaro.

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