Hechizado por Barcelona

Del crítico y periodista australiano Robert Hughes (Sydney, 1938) no he podido encontrar mucho, pero lo que sí he hallado ha sido fantástico: una magnífica serie de documentales sobre arquitectura que dieron algunas veces en Film&Arts, Visiones del espacio; un libro colosal de 1987, una pieza magistral de investigación histórica, que publicó Galaxia Gutenberg y…

la gran hechicera

Del crítico y periodista australiano Robert Hughes (Sydney, 1938) no he podido encontrar mucho, pero lo que sí he hallado ha sido fantástico: una magnífica serie de documentales sobre arquitectura que dieron algunas veces en Film&Arts, Visiones del espacio; un libro colosal de 1987, una pieza magistral de investigación histórica, que publicó Galaxia Gutenberg y se titula La costa fatídica: la historia del régimen carcelario que colonizó y gobernó Australia durante casi tres siglos. Hughes, quien abandonó la carrera de Arquitectura en la universidad para escribir, ha hecho su carrera de investigador y divulgador sobre el arte contemporáneo, primordialmente, publicando regularmente en medios como Time (lo que lo hizo instalarse en New York en 1970) o asumiendo libros bastante ambiciosos: The Shock of the New, una historia del arte moderno que nació en un programa de televisión, y American Visions (en español traducido como Visiones de América y editado por Galaxia Gutenberg), su historia del arte contemporáneo de Estados Unidos. 

Robert Hughes

En Barcelona, España, hace años encontré un pequeño libro suyo, Barcelona, la gran hechicera, coeditado por National Geographic y RBA. Atención, que Hugues tiene otro libro que no debe confundirse con éste, Barcelona, una biografía de la metrópolis catalana. Barcelona, la gran hechicera es breve, absolutamente subjetivo, abiertamente personal: es su testimonio de amor hacia esa ciudad donde se casó con su tercera esposa y de la que se enamoró (de la ciudad, no de la esposa) a mediados de los años 60, décadas antes de que Barcelona se pusiera de moda y se convirtiera en la orgullosa ciudad trendy que es hoy.

Pese al carácter emotivo del libro, está lleno de historia, de arquitectura y de arte. O a lo mejor justamente por eso. Hughes cuenta como pocos la historia de Gaudí pero también la de otros grandes personajes que hicieron de esa ciudad algo tan distinguible, tan ella: todo un logro en una era como la nuestra, la era de las ciudades, en la que justamente uno de los problemas que las urbes tienen es que muchas de ellas tienden a parecerse demasiado entre sí. Esos otros personajes son, entre otros, Ildefons Cerdà, el autor del Eixample, la ampliación del casco histórico; los arquitectos Lluís Domènech i Montaner y Josep Puig y Cafaldach, tan valiosos como Gaudí pero mucho menos conocidos; y a la generación de catalanes como Pasqual Maragall que a partir de las últimas décadas del franquismo se unieron para darle a Barcelona la presencia que tiene hoy, y que estalló con las Olimpíadas de 1992, cuando Maragall era alcalde.

A Hughes le gusta Barcelona porque se enorgullece de su condición de provincia, porque la defiende; porque no quiere ser el centro de nada ni ser periferia, tampoco, de un centro ajeno. Como Australia, la patria de Hughes. Quiere ser nada más –nada menos– que Barcelona.   

Este es un libro sobre una ciudad y el efecto que tiene en la vida de alguien. Podría decirse que la literatura está llena de libros así, pero la verdad es que lo más común es que las ciudades sean escenarios, ámbitos donde ocurren las cosas, y lo que ellas son se expresa a través de personajes, acontecimientos históricos, catástrofes. Aquí, es la ciudad misma el personaje. Sin humanizarla, al menos no demasiado, sin creerla perfecta.

“Con razón”, manifiesta Hughes al final de su libro, “los catalanes creen que Barcelona es la ciudad más interesante de España. Pero muy pocos de ellos imaginan que tienen una ventaja moral peculiar por el hecho de vivir allí. Barcelona se ha convertido en una ciudad auténticamente multicultural, sin los confusos excesos (o el olor a mediocridad, ligero pero perceptible) que la palabra ‘multicultural’ ha adquirido en Estados Unidos. No siempre todos sus rasgos culturales son de su gusto. La ciudad es incluso capaz de avergonzarse de alguno de ellos, como debe ser, sobre todo ahora que Barcelona está siendo promocionada por los exagerados periodistas americanos como el más nuevo e impactante de los destinos europeos. Pero da igual. La ciudad puede que no trascienda sus fallos, pero vale más que ellos. Puede que siempre lo haya hecho”.   

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