La batalla perdida de David Grossman
El autor irlandés Colm Toibin celebra la nueva novela del más conocido narrador israelí fuera de Amos Oz. En To the End of the Land, Grossman parece haber sublimado con gran maestría la pérdida de uno de sus hijos en la Guerra del Sur del Líbano.

En su introducción a una colección periodística de 2003, Death as a Way of Life, el novelista israelí David Grossman escribió: “La realidad diaria en la cual vivo sobrepasa cualquier cosa que pudiera imaginar, y se cuela hasta lo más profundo de mi ser.” En la conclusión de To the End of the Land, esta nueva novela sombría e inquietante, una nota explica que comenzó a escribirla en mayo de 2003, más o menos al mismo tiempo que escribía la introducción, seis meses antes de que su hijo mayor terminara su servicio militar y un año y medio antes de que su hijo más joven se alistara. “Para ese momento,” escribe, “tuve la sensación -o mejor dicho, el deseo- de que el libro que estaba escribiendo lo protegería”.
“El 12 de agosto de 2006,” sigue Grossman, “en las horas finales de la Segunda Guerra del Líbano, a Uri lo mataron en el sur del Líbano”. Para ese momento, gran parte de su libro “ya estaba escrito. Lo que cambió, sobre todo, era el eco de la realidad bajo la cual la entrega final fue redactada”.
Es una prueba del talento novelístico de Grossman, tal vez de su genialidad, que To the End of the Land logra crear y dramatizar un mundo con todo el realismo y el eco que se merece. Hilvana la esencia de una vida privada junto con el tejido histórico, con deliberada y delicada habilidad; ha creado un panorama con una fuerza emocional que nos deja sin aliento, una obra maestra de ritmo, de delicada capacidad para contar historias, con personajes cuyas vidas están marcadas con extraordinario y vívido detalle. Mientras que su novela tiene el amplio alcance de la tragedia pura, también es a veces lúdica y totalmente fascinante; está llena de detalles originales e inesperados sobre la vida doméstica, sobre las formas y las sombras que rodean el amor y la memoria, y sobre los bordes filosos y desesperados de la pérdida y el miedo.
Esta novela es, por una parte, una revisión de Jules et Jim, la película de François Truffaut, donde dos hombres, dos mejores amigos, se enamoran de la misma muchacha. Ora, la chica en esta novela, es emotiva, introspectiva, llena de la habilidad de observar y amar. Mientras que los chicos son Ilan -racional, vulnerable, crispado, necesitado y un poco nerd– y Avram -brillante, muy inteligente, más grande que la vida misma. Habiéndolos amado a los dos, Ora finalmente decide casarse con Ilan, y tiene un hijo, Adam; algunos años más tarde, embarazada por Avram, tiene otro hijo, Ofer, que es criado como si fuera hijo de Ilan.
En otra sociedad esto podría construirse como una comedia, pero en Israel, entre 1967 y 2000, los años durante los cuales sucede la novela, la vida pública tenía una manera de comerse los momentos más privados y los momentos más íntimos para envenenarlos. A Avram lo capturan y torturan durante la guerra de 1973; este genio de espíritu libre y un poco tonto se convierte en un hombre quebrado. Ya no quiere saber nada de sus viejos amigos y no quiere ver a su hijo.
Paralela al dolor y terror de la guerra, está la vida diaria. Grossman ofrece un recuento maravilloso, casi extravagante, de la manera como Ora cría a sus hijos. Tiene una manera de hacer brillar los momentos más cotidianos, cada detalle sugiere cuán rara y encantadora es la gente, y qué tan complejas y profundamente interesantes se vuelven las relaciones humanas.
Como todo lo demás en el libro, el refugio de amor y cuidado que Ora crea para sus hijos y su esposo es invadido por el miedo y la miseria, y una especie de aspereza una vez que sus hijos comienzan el servicio militar, entrando en el mundo de alcabalas, emboscadas y arrestos que ella sólo puede imaginar con horror. Cuando tanto su esposo como su hijo mayor están en América del Sur, Ora organiza una excursión con Ofer cuando este culmina su servicio militar. Pero él se enlista de nuevo. Ora tiene que volver a vivir con miedo de los “notificadores” del ejército, que pueden venir a llamar en la noche, tocando a la puerta con las malas noticias.
Sin embargo, en vez de quedarse en casa esperando, Ora consigue una manera casi mágica de mantener a su hijo a salvo: no estará en casa si los “notificadores” llegan. Se irá al norte de Israel sin teléfono, donde nadie pueda notificarle nada, y se irá de excursión al sur sin escuchar las noticias. Buscará a Avram, el padre del muchacho, y lo obligará a volver con ella.
La novela traza el recorrido mientras ellos caminan y hablan. Gran parte del tiempo este artificio funciona maravillosamente. Ora necesita hablarle a Avram sobre su hijo, de cada detalle que pueda recordar, para darle vida ante su padre biológico por primera vez. Al invocarlo con tanto fervor, sin embargo, ya lo está colocando en el pasado. Esto le pone un velo a su caminata y cubre la conversación con una especie de tensión oscura. A veces, el nivel de consciencia de sí misma de Ora, su estado de alerta ante los contornos emocionales de las cosas, su exquisita introspección, le dan la profundidad y privacidad de un film de Ingmar Bergman a esta historia, especialmente de Escenas de un matrimonio.
La historia que ella cuenta salta entre la vida pública y la privada, entre la guerra y la tortura, por una parte, y las dulces ansiedades de la vida burguesa por la otra. Como en las otras novelas de amor y lealtad en tiempos de conflicto -Burger’s Daughter, de Nadine Gordimer; The English Patient, de Michael Ondaatje, o Great Fire, de Shirley Hazzard- hay una urgencia palpable acá sobre lo carnal y lo sexual. El retrato de Ora como mujer, viva en su cuerpo, es uno de los triunfos del libro de Grossman.
Grossman también logra contraponer lo cotidiano ante lo altamente cargado. Muestra un control magistral sobre la vida emocional de la novela, manteniéndola a muy alto nivel, y luego presionándola hasta que es casi insoportable en algunos puntos. Hay un momento durante su excursión, por ejemplo, cuando Ora y Avram conocen a un hombre que dice, “es bueno apartarse un poco de las noticias, especialmente después de las de ayer,” y simplemente tienes que dejar el libro de lado, es tanta la preocupación por el hijo de Ora. Hay otro momento, contado en flashback, cuando a Avram, durante su delirio en el hospital después de ser liberado de su cautiverio tras la guerra, le hicieron creer que Israel había perdido totalmente, y le pregunta a Ora: ¿“Hay… hay un Israel?”. De nuevo, la tensión se torna tan grande que tienes que aguantar la respiración.
Decir que este libro es antibélico es poco, y en cualquier caso, tal etiqueta no le hace justicia a su gran espectro, a los niveles de su solidaridad. Hay una plenitud de vida sentida en el libro. Es la capacidad del novelista de fijarse en la complejidad, no sólo de los personajes sino del legado de dolor y conflicto escrito a través del paisaje enrevesado y hermoso por el cual Ora y Avram caminan. Y está la historia misma, descubierta con cuidado y verdad, agudeza y ternura y rara comprensión. Esta es una de las pocas novelas que se sienten que hacen una diferencia en el mundo.
Colm Toibin es un narrador irlandés muy prestigioso. Su nueva novela se titula Brooklyn. Algunas de sus obras están disponibles en castellano en Península. David Grossman ha sido traducido abundantemente al castellano; To the End of the Land fue publicada en Lumen en 2010, con el título de La vida entera.