La maravillosa vida larga de Ernest Hemingway

Un libro de Paul Hendrickson describe la curva vital del autor de Por quién doblan las campanas en torno al encargo, compra y utilización de su amado barco de pesca, el Pilar. Más un perfil que una biografía, Hemingway’s Boat: Everything He Loved in Life, and Lost, 1934-1961 se suma a la bibliografía sobre Papa

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Ernest Hemingway, el segundo de seis hijos, nació en Oak Park, Illinois en 1899 y vivió hasta 1961, por lo cual representaba la primera mitad del siglo xx. Más que representarla, la encarnó. Era un héroe nacional e internacional, y su vida fue mítica. A pesar de que ninguna de sus novelas ocurre en su propio país –suceden en Francia, Italia, España, o el mar entre Cuba y Cayo Hueso– es el escritor estadounidense por antonomasia y uno ferozmente moral. Su padre, Clarence Hemingway, fue un médico de altos principios, y su madre, Grace, lo era también. Eran religiosos y estrictos, hasta el punto de que prohibían bailar.

De su padre, quien amaba el mundo natural, Hemingway aprendió de niño a pescar y disparar, y el amor por estas cosas moldeó su vida junto con el que sentía por una tercera, la escritura. Casi desde sus inicios hubo en él una voz definida. Guardaba un diario sobre sus viajes, y allí describió una salida para acampar con un amigo a los 16 años, en la que pescaron truchas: “Great fun fighting them in the dark in the deep swift river” (“Muy divertido luchar con ellas en la oscuridad en el veloz y profundo río”). Luego se dijo que su estilo tenía influencias de Sherwood Anderson, Gertrude Stein, Ezra Pound, del periodismo y de la economía forzosa de los cablegramas transatlánticos, pero Hemingway tenia su propio talento poético y también el deseo intenso de darle al lector la sensación total y verdadera de lo que había ocurrido, para que el lector sintiera como si le hubiese ocurrido a él.

Descascaraba las cosas. Dejaba fuera todo lo que se pudiera comprender rápidamente o que se pudiera dar por sentado, y el resto lo entregaba con exactitud salvaje. Hay un nervio tenso en su escritura. Las palabras parecen pararse unas junto a otras como si se desafiaran entre sí. Las poderosas primeras historias, que se construían de simples declaraciones, de algún modo parecían desatar un idioma nuevo, un idioma genuinamente norteamericano que hasta ahora no había sido descubierto, y con éste, una visión definida del mundo.

Casi siempre escribía sobre sí mismo; al principio con algo de distancia y un toque de modestia, como el personaje de Nick Adams y su hermana marimacha enamorada de él en los cuentos de Michigan; como Jake Barnes con Lady Brett, enamorada de él; como el herido Frederic Henry con Catherine Barkley, enamorada de él; Maria en For Whom the Bell Tolls, Renata en Across the River and Into the Trees. Además del amor, trataba la muerte y el estoicismo necesario para esta vida. Era un romántico, pero en ningún caso era débil. En el cuento  Indian Camp” después de remar hasta atravesar la bahía los personajes están en una choza india cerca de la carretera:.

“El padre de Nick pidió agua y la puso al fuego, y mientras se calentaba le habló a Nick.

‘Esta mujer va a tener un bebé, Nick,’ dijo.

‘Yo sé,’ dijo Nick.

‘No sabes,’ dijo su padre. ‘Escúchame. Ella está en lo que se llama labores de parto. El bebé quiere nacer, y ella quiere que nazca. Todos sus músculos están tratando que nazca el bebé. Eso es lo que ocurre cuando ella grita’.

‘Ya veo,’ dijo Nick.

En ese momento la mujer gritó.

‘Ay, papá, ¿no puedes darle algo para que deje de gritar?’, preguntó Nick.

‘No. No tengo un anestésico’, dijo su padre. ‘Pero sus gritos no son importantes. Yo no los oigo porque no son importantes’.

El esposo en la litera superior se volteó hacia la pared”.

El nacimiento, la agonía, la cesárea y lo que siguió. Todo está brillantemente descrito en diálogos breves y frases simples. Pero cada palabra, cada inversión u omisión es importante. Con cosas así se hicieron sus primeras historias. “Mi viejo” se escogió como parte de Edward O’Brien’s Best Short Stories (Los Mejores Cuentos Cortos de Edward O’Brien) de 1923. “Up in Michigan”, otro cuento, fue en su momento tan franco y perturbador que Gertrude Stein dijo que no era publicable.

En la ciudad

Hemingway fue una figura importante y hermosa en el París de 1920; hay una imagen de él caminando por el Boulevard Montparnasse en su andar confiado y atlético, pasando los cafés donde los amigos lo saludan o lo invitan a sentarse con ellos. Se casó con Hadley, su primera esposa, y tuvieron un varón, Bumby. Estaba escribiendo en cuadernos, a lápiz, líneas de firmeza excepcional y dolorosa. Su verdadera reputación comenzó en 1926 con   The Sun Also Rises, rápidamente escrito en ocho semanas, a partir de su viaje a Pamplona y su fascinación con los toros. Sus personajes los basó en gente real. En la vida real Brett Ashley era Lady Duff Twysden: “Brett realmente era muy hermosa. Usaba un pulóver de jersey y una falda de cuadros, y su pelo lo usaba peinado hacia atrás como un muchacho. Ella empezó todo eso. Estaba construida con curvas como el casco de un yate de carrera y no se te escapaba nada de eso con ese suéter de lana”.

Está escrito con exuberancia: “yate de carrera” tiene la connotación de rápido, deportivo, galante, y un aura de días despreocupados. Palabras de una sola sílaba que te pegan de una vez. A Lady Duff Twysden le gustaba que escribieran sobre ella. A Harold Loeb, quien era Robert Cohen en el libro, no. Estaba personificado como un judío que quería pertenecer a un grupo y realmente nunca entendió que no podía. El retrato molestó a Loeb toda su vida. Había sido amigo de Hemingway. Se sintió traicionado. Hemingway era generoso con el afecto y el dinero, pero tenía un lado perverso. “Estoy despedazando a esos bastardos,” le dijo a Kitty Cannell. Estaba muy bien si le gustabas, pero era la muerte si no. Michael Arlen era un “armenio tonto e insignificante, en busca de los apellidos londinenses”; Archibald MacLeish, alguna vez su amigo cercano y defensor, era un poeta que se sacaba los mocos y un cobarde. Y Scott Fitzgerald, un par de años menor y exitoso antes que Hemingway, quien además era quien lo había recomendado a Scribner’s, según Hemingway había “escrito tres novelas sobre árboles de navidad” y era “mentiroso y deshonesto con el dinero”.

Hemingway rompió con casi todos sus amigos literarios –MacLeish, Fitzgerald, Stein, Anderson, John Dos Passos y Ford Madox Ford– aunque siempre fue leal a Pound y nunca tuvo la oportunidad de romper con Joyce. Casi todo lo que le gustaba y disgustaba a Hemingway, sus apreciaciones, opiniones y consejos, están en sus cartas. Se estima que durante su vida escribió entre 6.000 y 7.000, a una gran variedad de personas, largas cartas que revientan en descripciones, afecto, amargura, quejas y mucho amor por sí mismo: es difícil no admirar al hombre, cualesquiera hayan sido sus faltas, que escribe tan audazmente sobre ellas.

En 1929 vino A Farewell to Arms, que marcó la ascensión total de Hemingway. The Great Gatsby de Fitzgerald había sido publicada cuatro años antes, pero tuvo ventas poco impresionantes. La novela de Hemingway, en cambio, despegó como un cohete. La habían sacado en serie en la revista de Scribner, y la primera edición de 31.000 copias hubo que duplicarla inmediatamente.

En los 30 Hemingway escribió dos libros que no eran de ficción: Death in the Afternoon,  que explicaba y glorificaba las corridas de toros, y Green Hills of Africa, basado en un muy anhelado viaje de cacería a la África Occidental Británica en 1933 y 1934. Son libros en los que Hemingway como escritor está muy presente y entrega varias opiniones y sentimientos. Pero no fueron recibidos particularmente bien. Los críticos, que alguna vez lo alabaron y a quienes Hemingway ahora detestaba –canallas, eunucos, cabrones y mierdas, los llamó– lo trataron con desdén. Green Hills of Africa había sido un libro pequeño para ser escrito por un gran hombre, dijo uno de ellos.

Edmund Wilson, inicialmente el defensor de Hemingway, escribió astutamente: “Por razones que no puedo intentar responder, algo aterrador parece ocurrirle a Hemingway tan pronto empieza a escribir en primera persona. En esta ficción, los elementos en conflicto de su personalidad, las situaciones emocionales que lo obsesionan, se exteriorizan y objetivizan; y el resultado es un arte que es severo, intenso y profundamente serio. Pero apenas habla en su propia persona, parece perder toda su capacidad autocrítica y puede volverse fatuo o sensiblero. En su propio personaje de Ernest Hemingway, el Viejo Maestro de Cayo Hueso, tiene una manera de sonar tonto. Tal vez está empezando a sentir la imposición de la leyenda publicitaria norteamericana que se ha creado sobre él”. Esto fue escrito apenas en 1935.

Estaban empezando a molestarlo, a lograr que bajara la cabeza. Las cartas de indignación que escribió eran infantiles y violentas. Creía en sí mismo y en su arte. Cuando empezó era fresco y sorprendente. Con el tiempo, la escritura se hizo más pesada, casi una parodia de sí misma; mientras vivió en Cayo Hueso en los 30 escribió dos de sus mejores historias, “The Short Happy Life of Francis Macomber” y “The Snows of Kilimanjaro,” ambas publicadas en Esquire. Y en 1940, su gran novela, For Whom the Bell Tolls,  basada en sus experiencias como corresponsal en la Guerra Civil Española, que redimió su reputación y lo restauró a la eminencia.

En el bote

Hemingway’s Boat, de Paul Hendrickson, un rico y fascinante libro que cubre los últimos 27 años de la vida de Hemingway desde 1934 hasta 1961, no es, como deja bien claro al inicio, una biografía convencional. Es factual, pero al mismo tiempo intensamente personal, llevada por una gran admiración pero también llena de sentimiento, especulación y lo que puede denominarse interés humano.

Hendrickson puede escribir sobre una apreciación de una fotografía de Hemingway, su esposa Pauline y un ayudante de navío de nombre Samuelson, sentados en un café en La Habana como si fueran piezas de un altar, y puede darle a la propia Habana –sus bares, sus cafés, el Hotel Ambos Mundos, la calma de su vida y la dedicación a sus vicios– un resplandor de tiempos pasados, una ciudad desaparecida antes de la limpieza puritana hecha por Castro.

Al regresar a América tras su safari africano en 1934, Hemingway cumplió un sueño de toda la vida: comprar un barco pesquero. Encargó un crucero de 38 pies a un astillero de Brooklyn y lo bautizó Pilar, que era su nombre favorito en español y también el nombre secreto usado por su segunda esposa, Pauline Pfeiffer, cuando el romance empezaba. En mayo de 1934 le entregaron el bote.

En el libro de Hendrickson se habla mucho de este bote: quién lo construyó, cuánto costó, sus particularidades, todo para respaldar el papel que jugó en las siguientes dos décadas de la vida de Hemingway. Necesitaba una actividad física como desahogo del esfuerzo intenso que administraba a su escritura, y siempre le había gustado pescar. Esta pesca era en alta mar, de peces gigantescos, agujas blancas, pez espada, atún, de 400, 500 y hasta 600 libras, “de circunferencia masiva”, con “aletas como espadas”. Una vez que picaban, literalmente caminaban sobre el agua. Aparecían cada verano en Bimini y luego bajaban por la costa cubana, viajando por el Golfo, el gran río marítimo, azul profundo casi negro, seis millas o más de ancho. Las batallas con estos peces a veces duraban horas, eran salvajes, casi prehistóricos, y con Hemingway gritando desde la cubierta. “¡Yi! ¡Yi! ¡Una aguja blanca!”, gritaba Hemingway a su esposa, “¡éste es para ti, mamita!”

Los temores primarios, profundos, el gran pez luchando ferozmente contra el gancho de hierro en su boca, hora tras hora, altisonantes, explotando desde el agua, luchando por liberarse y lentamente agotándose, el pescador bombeando y halando hasta que el pez esté al lado, o inclusive adentro, del bote.

En sus primeros dos años, Hemingway pescó 91 de estos peces. Uno saltó tres veces contra el bote y luego 33 veces contra la corriente. Ese pez u otro, subido vivo al bote, saltó 20 veces o más adentro. En artículos para Esquire, Hemingway escribió todo esto con tremendo poder. Era un peso pesado. Hombros anchos, bigotudo, con una sonrisa blanca de forajido, dominaba el pez. Lo quebraba. En Bimini una vez regresó al muelle “casi a la medianoche, borracho de júbilo, para buscar a su atún de 514 libras con el cual había luchado durante siete horas… y caerle a puñetazos una y otra vez como los boxeadores lo hacen con el saco en el gimnasio”.

Él había boxeado casi toda su vida, con Morley Callaghan, Mike Strater y Loeb en París. Hasta le había enseñado a boxear a Pound. En Bimini extendió un desafío por toda la isla, 100 dólares a cualquiera que pudiera completar tres rounds contra él. Se dice que nadie pudo hacerlo. Disfrutaba de llevar gente a pescar o pasear en el Pilar, para mostrarles la emoción de esto. Fueron Dos Passos y MacLeish, antes de que cortara con ellos, y Arnold Gingrich, quien era el editor de Esquire y quien se casó con una rubia deportista, Jane Mason, que había sido amante de Hemingway y modelo para el personaje de Mrs. Macomber. El barco se usaba también para viajar por la costa cubana –la isla tiene 800 millas de largo– y anclaban en bahías secretas para almorzar, nadar, descansar y hasta quedarse un par de días.

Hendrickson, quien ganó el National Book Critics Circle Award por Sons of Mississippi –un libro sobre los sheriff blancos que en 1962 trataron de impedir que James Meredith se inscribiera en la Universidad de Mississippi– es un guía informado e inspirado. Frecuentemente aparece en primera persona, dirigiéndose al lector y exhortándolo a especular, imaginar, sentir. Ha investigado exhaustivamente, recorrido lugares frecuentados por Hemingway y hablado con cualquiera que pudiera tener alguna conexión con los días de Hemingway.

Entrevistó a los tres hijos de Hemingway en 1987 para escribir sobre ellos en The Washington Post. Su diligencia y espíritu son destacables. Es como viajar con un hablador incontenible que puede irse por la tangente pero nunca pierde la capacidad de sorprendernos. El libro no solo dibuja la historia del barco con todas sus asociaciones, sino el arco más largo de la vida de Hemingway –su infancia, juventud, compañeros, adultez y logros– y su ascenso, caída y ascenso de nuevo. No una campana, como escribe Hendrickson, sino una curva.

Hay un sentimiento generalizado de que Hemingway fue mejor al inicio; sus libros eran mejores, era un mejor hombre. Cuando cumplió 50 años su hijo Gregory –con el cual había tenido una relación difícil– dijo que era un “tipo falso y engreído”. Los hoteles, el Ambos Mundos y el Compleat Angler, parecieron convertirse en Gritti Palace, Ritz y Sherry-Netherland, y había muchas asociaciones con gente rica y de moda. Había trabajado arduamente toda su vida. Había estado en tres guerras, siempre había cumplido. “Cuando has amado tres cosas toda tu vida”, escribió, “desde tus recuerdos más tempranos: pescar, disparar y luego, leer: y cuando toda tu vida la necesidad de escribir ha sido tu maestro, aprendes a recordar”. Y en una famosa carta a su anterior esposa, ahora Hadley Mowrer, escribió: “Ya he escrito libros lo suficientemente buenos para no tener que preocuparme por eso. Estaría feliz de pescar y cazar y dejar que otro cargue con ese peso un rato. Ya lo cargamos bastante, y si no sabes como disfrutar de la vida, si ha de ser la única vida que hemos de tener, eres una desgracia y no mereces tenerla. Yo he trabajado duro toda mi vida e hice una fortuna en un momento cuando todo lo que ganabas lo confiscaba el gobierno. Eso es mala suerte. Pero la buena suerte es haber tenido todas las cosas buenas y los buenos ratos que nosotros tuvimos. Imagina si hubiésemos nacido en un tiempo cuando no hubiésemos podido tener París de jóvenes. ¿Recuerdas las carreras en Enghien y la primera vez que fuimos por nuestra cuenta a Pamplona y ese maravilloso bote, Leopoldina, y Cortina d’Ampezzo y la Selva Negra? (…) Adiós, mi Miss Katherine Kat. Te quiero mucho”.

Es Hemingway en su forma más gentil, elegíaco y lleno de autocompasión. Ocho años después de escribir esto publicó Across the River and Into the Trees, una novela autobiográfica sobre un coronel envejecido, enamorado perdidamente de una joven italiana en Venecia. Esto llevó su ego hacia nuevas alturas y fue ridiculizado inmisericordemente, lo que empeoró por la famosa entrevista que le concediera a Lillian Ross, que entregó un retrato igualmente devastador. Pero tras este salió uno de sus trabajos más populares y duraderos, The Old Man and the Sea, sobre un pez aguja épico y la valentía de un viejo pescador, escrito en el estilo heroico de Hemingway, edificante y abierto a la sorna.

En 1954, le dieron el Premio Nobel. Gabriel García Márquez, todavía un periodista, lo vio en Paris un día de 1957 caminando por el Boulevard Saint-Michel. Hemingway llevaba una vieja chaqueta de jean y una camisa a cuadros. Hace tiempo que era uno de los grandes héroes de García Márquez, por el mito y por su escritura. “The Old Man and the Sea había golpeado a García Márquez ‘como un taco de dinamita’; era demasiado tímido para acercarse a Hemingway pero estaba demasiado emocionado para no hacer nada. Desde el otro lado de la acera gritó, ‘¡Maestro!’ (en español). Hemingway alzó la mano y le respondió ‘en una voz un tanto pueril’, (y también en español) ‘¡Adiós, amigo!”

Su salud se deterioraba. Había depresiones recurrentes así como los efectos de las lesiones graves sufridas en dos accidentes aéreos seguidos en África en 1954, que resultaron en contusiones, fractura de cráneo, hígado reventado y un brazo y hombro dislocados. A través de los años tuvo muchas enfermedades, huesos rotos y varias heridas. También tenía diabetes, hipertensión, migraña y el costo acumulado de años de bebida. Temblaba en la noche y tenía pensamientos suicidas. Su padre se había suicidado –de un tiro– en 1928. Escribir se le hacía cada vez más difícil, y siempre lo había dado todo a la escritura. Su estilo empezó a convertirse en una imitación de sí mismo, una imitación muy buena, pero como notó Walter Benjamin, solo el original de algo tiene poder auténtico.

Sin embargo, hacia el final, en 1958, terminó la hermosa remembranza de su juventud en París, A Moveable Feast, escrita con una simplicidad y una modestia que parecían olvidadas. Como gran parte de la obra de Hemingway, lo llena a uno de envidia y un sentido agrandado de la vida. Su París es una ciudad que has conocido hace mucho tiempo. Dos de sus novelas que nunca fueron concluidas por él han sido publicadas tras su muerte, The Garden of Eden y Islands in the Stream. Como todos sus libros, vendieron muy bien. En 2010 Scribner’s vendió más de 350.000 copias solo en Estados Unidos de los trabajos de Hemingway. El más popular sin duda es The Old Man and the Sea.

En la muerte

Hay largos y agudos retratos de personajes menores en el libro de Hendrickson. Son interesantes solo porque son testigos abandonados. El más largo, escrito con afecto, es de Walter Houk, quien trabajara en la embajada estadounidense en La Habana en los 40 y cuya novia, Nita, trabajó con Hemingway como su secretaria. Ella le presentó a Hemingway y se convirtieron en amigos. Los Houk se casaron en Finca Vigía, la casa de Hemingway; él llevó a la novia al altar. Las memorias de Houk son de primera mano, de las comidas con Hemingway, de nadar en su piscina, de los paseos en el Pilar. Una especie de nostalgia rosa parece apoderarse de todo cuando de pronto, en un acto final fascinante, entra una figura grotesca, casi demoníaca, torturada, hipnotizante, un médico que había dejado una estela desastrosa de tres esposas, siete u ocho hijos, alcohol, drogas y adulterio tras de sí, un travesti que finalmente se cambió de sexo y murió en prisión: el siempre difícil, talentoso hijo menor, Gregory Hemingway.

La última vez que lo o la vieron estaba sentado o sentada en la acera en Key Biscayne una mañana, después de haber sido arrestado o arrestada la noche antes tratando de pasar una reja de seguridad. Está desnudo o desnuda debajo de la bata del hospital, pero lleva unas piezas de ropa arrugadas en una mano y tacones negros. Su pelo se veía casi blanco esa mañana y las uñas estaban pintadas, y cuando la policía se acercó a él/ella intentaba ponerse un hilo dental floreado. Cinco días más tarde murió de un infarto mientras estaba detenido o detenida en un Centro de Detención para Mujeres. Estaba registrado como Gloria Hemingway. Esto fue en 2001; tenía 69 años. Esta última y muy emotiva sección de Hemingway’s Boat está dedicada a Gregory, Gigi como le decían siempre, que rimaba con “Biggy”, el hijo descarriado que encontraron probándose las medias blancas de su madrastra de niño.

“Era un niño que había nacido para ser muy malo pero se estaba portando muy bien…” escribió Hemingway en su versión ficticia, Islands in the Stream. “Pero era un niño malo, y los otros lo sabían y él lo sabía”. Dice Hendrickson: “Voy a decirlo de una vez: un hijo avergonzado toda su vida solo actuaba ante lo que sentía el padre…” Y tal vez estas eran las fantasías transexuales de The Garden of Eden, junto con todas las mujeres de Hemingway de pelo corto como muchachos. Cuando la hija mayor de Gigi, Lorian, lo vio por primera vez en años, él la llevó en barco a ver la pesca de alta mar, pero luego se le soltó el gran pez espada que había enganchado y eso lo avergonzó. No había soltado la línea lo suficiente y esta se rompió. Había fallado. Parecía desolado. Ella extendió la mano y le tocó la frente. “Lo siento, Greg”, dijo ella. “Eres una niña hermosa,” le dijo, “muy hermosa. Dime ‘Padre”. Ella vio que quedaba algo de pintura de uñas en sus manos descuidadas.

La salud de Hemingway estuvo más quebrantada y los problemas psicológicos más serios al final de los 50. Estuvo en tratamientos de choque en la clínica Mayo y creía que el FBI lo estaba siguiendo (de hecho, el FBI sí tenía un gran archivo sobre él). Sufría desvaríos y tenía problemas para modular. No lo dejaban salir en público. No podía escribir ni una frase. Con minuciosidad escalofriante Hendrickson nos da un recuento casi paso por paso de sus últimas horas, cuando se levantó temprano una mañana en Ketchum, Idaho, se puso las pantuflas y salió, pasando sin perturbar el sueño de su mujer. El suicidio puede verse como un acto de debilidad, hasta de debilidad moral, una revelación en un hombre cuya imagen era de audacia y valentía, pero el libro de Hendrickson es testimonio de que no fue una falta de valentía sino un despliegue de ella.

Hemingway’s Boat es un libro escrito con el virtuosismo de un novelista, reverencial, compasivo, asiduo e imaginativo. No rivaliza con las biografías sino que se erige brillantemente a su lado: el mar, Cayo Hueso, Cuba, todos estos sitios, la vida que lo glorificó. Su personalidad dominante vuelve a la vida en estas páginas, su gran encanto y calidez, así como su egoísmo y agresión.

La esposa de George Seldes dijo en los años iniciales de la carrera de Ernest Hemingway: “Perdónenle cualquier cosa, escribe como un ángel”.

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