“La relación entre la política y la literatura es invasora”

La escritora mexicana, ganadora del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2007, cree que el tiempo se le está escapando de las manos y le quita horas al sueño para terminar todos sus proyectos literarios.

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Elena Poniatowska tiene una estrategia casi infalible para esquivar preguntas incómodas: sonreír. Cuando sus nietos la increpan sobre la muerte, cuando sus lectores le preguntan qué libros recomienda o cuando los periodistas quieren conocer qué aspectos de la revolución bolivariana de Venezuela le interesan, la respuesta siempre extiende el lápiz labial.

Últimamente le roba horas al sueño (apenas si duerme seis se siente satisfecha) para terminar una novela de la cual no se atreve a hablar, porque aún no sabe muy bien por dónde va. Tiene 77 años y ha recorrido casi todas las áreas de la literatura –excepto poesía, género que admira, en especial los versos de Sor Juana Inés de la Cruz— destacándose en la narrativa de ficción y el periodismo.

Aunque desde 1953 comenzó a trabajar en periodismo, el cual describe como  “una trepidación interior”, no le recomienda a ningún joven profesional que trabaje como reportero. Cualquiera que la oyera hablar así pensaría que no le fue bien con este género, sin embargo, libros como Palabras cruzadas (1961), Fuerte es el silencio (1980) y Nada, nadie, las voces del temblor (1988) son prueba de lo contrario.

De hecho, tanto le debe al periodismo, que de su faceta como reportera sacó la pasta con la que construyó sus ficciones y accedió a la realidad mexicana. De allí nació también su activismo en la política de México y de la región. Gracias al contacto con lo real que le dio periodismo, la autora de origen polaco pudo conocer un país al que ella, por su origen noble, no tenía acceso.

La fibra de lo humano

Para Poniatowska, el autor latinoamericano termina ocupándose de descifrar los problemas de su región, porque “la realidad es muy estrujante”. Según dice,  parte del oficio de escribir es comprender y mantenerse activo ante la sociedad. “En París, por ejemplo, se pudo dar el nouveau roman porque la gente está muy encerrada en sí misma. En América Latina, sin embargo, todo está por nombrarse; en los mapas de América Latina hay lugares para descubrir. Cuando uno llega de afuera, o incluso cuando uno vive acá en México, lo que quiere es documentar al país”.

Pero, más allá de ufanarse por la trayectoria que tiene en la lucha desde los movimientos indigenistas latinoamericanos, la inserción de la mujer dentro de la fuerza de trabajo mexicano y otros temas que podrían resumirse como una búsqueda de la igualdad social, la autora explica que estas posiciones fueron apenas ayudas para escribir. “Yo creo que la relación entre la política y la literatura es invasora. En México, hubo un gran novelista que se llamaba José Revueltas que se pasó toda la vida en la cárcel por sus ideas de izquierda; dicen que él no llegó a ser el gran escritor que tenía que ser por ser un militante político”, explica Poniatowska. “La literatura es muy celosa, pero a lo mejor te das cuenta cuando ya es demasiado tarde”.

Del activismo nacieron la crónica La noche de Tlateloco (1971) y las novelas La piel del cielo (2001) y El tren pasa primero (2006). La anécdota de esta última obra, por ejemplo, se basa en un acontecimiento real: la gran huelga de 1958 y la de 1959 en México, que concluyó con el encarcelamiento de los líderes y otros representantes del sindicato de trabajadores ferroviarios, para luego ser liberados a principios de los años 70.

Con El tren pasa primero ganó el Premio Alfaguara de Novela y el Internacional de Novela Rómulo Gallegos en el año 2007. “Hay gente que te dice, con cierto snobismo, que no le gustan los premios, pero a mi sí, me parecen un estímulo, un reconocimiento al trabajo que te hace seguir adelante”, dice la autora con una nueva sonrisa.

El premio Rómulo Gallegos, además, traía para ella una satisfacción adicional: la de representar a un escritor al que trató de imitar durante toda su carrera. Poniatowska entrevistó a Gallegos durante el exilio de éste e México, unos meses antes de volver a su país natal. Lo recuerda como “un viejo alto, seco, que miraba de una manera muy penetrante”. Lo recuerda, también, como un ejemplo: “Gallegos me contó que él escribía contra la pared, en una mesa chiquita, nunca frente a una ventana, para no distraerse. Era como si hiciera gimnasia, tenía un ritmo de trabajo siempre igual”.

Las polémicas del premio

El año pasado a Poniatowska le tocó ser jurado en la décimo sexta edición del Premio Rómulo Gallegos de la cual varios escritores venezolanos retiraron sus obras en protesta por las políticas culturales del gobierno. El primero en hacerlo fue Edilio Peña, autor de El acecho de Dios (2008), luego se le sumaron Ana Teresa Torres, Eduardo Liendo, Milagros Socorro y Federico Vegas. “William Ospina es un gran escritor colombiano y me dio mucho gusto que él ganara. Pero, yo personalmente me siento más cerca de Federico Vegas, que tiene más que ver conmigo. Me gustó mucho su novela, Miedo, pudor y deleite (2008). Me pareció feo que se retirara por razones políticas”. Señala que le dolió que los autores venezolanos se retiraran porque tanto ella como los otros miembros del jurado, en especial el cubano Miguel Barnet, son de izquierda: “Creo que hay mucha censura y mucho rechazo por mis ideas de izquierda. A veces es un rechazo a priori, sin ningún fundamento. Finalmente todos mis antecedentes, mis antecesores, eran personas de derecha”.

Cada vez que tiene la oportunidad le recuerda a su interlocutor que sus antepasados eran nobles polacos. Cuando se la ve vestida con su taller azul marino y su collar de perlas y plata, parece más bien una abuelita que va al club a jugar las cartas, no la mujer que aparece en las fotos de los congresos indigenistas vestida a la usanza de las mayas. Dice que desde pequeña sintió la necesidad de ayudar a los más necesitados. Pero Poniatowska no es la chavista recalcitrante que muchos creen: “Cuando estuve en Caracas no me gustó ver en los muros que todo lo iba a resolver Chávez. Eso me golpeó a cada rato. No sé muy bien qué es el populismo. No me considero una gente política, pero sí me pareció como un martilleo constante. Pero de Chávez, por ejemplo, a mí me fascina que diga que el ex-presidente de Estados Unidos, George Bush, huele a azufre”.

En todo caso, aunque está bien informada, no se explaya cuando habla de la situación política en Venezuela. Sonríe cuando le preguntan si es chavista y responde con parsimonia. Al final de su vida, cualquier régimen político le da igual, porque “en general los gobiernos no le dan lo que deben darle a la cultura”.   

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