Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, por Sergio Dahbar
La lectura del libro "Volver la vista atrás", de Juan Gabriel Vásquez, hizo que Sergio Dahbar reflexionara sobre la verdad y el fanatismo

“Volver la vista atrás” es una novela que despierta una pasión magnética en los lectores. No sólo porque está muy bien escrita, sino porque su tema es el fanatismo que se contagió entre muchos latinoamericanos en los años sesenta. Esta es una de esas historias.
Leí Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez, de un tirón. Durante unas vacaciones, en un balcón frente al Mar Caribe, en ese tiempo de placer donde todas las cosas importantes quedan en suspenso. Desde entonces no he dejado de recomendarlo como un hito de la prosa latinoamericana, uno de esos títulos que llaman la atención sobre la madurez de su autor y la pertinencia de la historia escogida. Fue una de esas lecturas marcadas por una fiebre pasional que sólo finaliza cuando alcanzamos la última línea del libro y cerramos sus páginas. Ese momento en que empezamos a pensar en la experiencia de habernos sumergido en una trama inagotable.
Compré el libro porque admiro la escritura de Juan Gabriel Vásquez, y porque lo he visto participar en los foros del Hay Festival de Cartagena, donde exhibe una inteligencia y conocimiento de la literatura envidiables. También porque la referencia de la familia Cabrera era un mito colombiano, con la guerra civil española de fondo.
Hombre de teatro el padre, Fausto, se convirtió en una figura mitológica. Nació en Las Palmas en 1924 y falleció en Bogotá en 2016. Escapó de la muerte que le depararía el franquismo, se detuvo en República Dominicana y Venezuela, antes de residenciarse en Colombia. Fue un gran actor de cine, teatro y televisión; escritor y poeta. Fue uno de los fundadores de la televisión colombiana. Cineasta el hijo, autor de una filmografía sólida que esconde un éxito nacional, La estrategia del caracol, después de que el presidente César Gaviria invitara a verla masivamente. Esa película sola, dentro de toda su filmografía, deconstruye el sistema nervioso de la identidad colombiana, y, como otras, su padre brilla como protagonista.
Lo que yo conocía de la familia Cabrera era la punta del iceberg de unas vidas ricas y complejas. Fausto Cabrera, como miles de latinoamericanos de la época, se sintió fascinado por el maoísmo como ideología para cambiar el designio de la pobreza en el continente. No tardó en aceptar un cargo como profesor de español en los años sesenta en Beijing. Ese fue el punto de arranque de una relación que arrastró a toda su familia a vivir en China, a asumir el maoísmo como una fuerza de la naturaleza que podía alterar el curso de la historia, por romper con “la dependencia de Occidente y apostar por la autosuficiencia’’.
Este es el afluente que desemboca en las manos de un narrador excepcional, Juan Gabriel Vásquez, quien agarra al lector de la camisa y lo lleva sin cesar a través de una trama cargada de peripecias y desolvidos. Volver la vista atrás es una de esas novelas que agitan la respiración de unas vidas marcadas por la furia de las ideologías y el fanatismo.

Sergio Cabrera, filósofo y cineasta cuya vida es protagonista de Volver la vista atrás. Actualmente reside en China en calidad de embajador. Cortesía
Lowell
El maoísmo fue una experiencia global, como bien lo describe en su magnético libro Julia Lowell, Maoísmo (Penguin Random House, 2021). La internacionalización de sus ideas superó a la que intentaron otros comunismos, como el soviético y el cubano. La teoría y la práctica del pensamiento del gran timonel, alentaron seguidores en los arrozales de Camboya, en las plantaciones de té de la India, en las sierras de Perú, en el quinto arrondissement de París, y en las terrazas de Brixton. “Disciplina de partido, rebelión anticolonial y revolución permanente’’, configuraban la receta perfecta del maoísmo, que le ofreció apoyo real a rebeldes de todo el mundo. “Cavad túneles hondos, almacenad grano en todas partes’’ repetían los estudiantes maoístas de Harvard. Ese apoyo real era financiación, armas y entrenamiento a los insurgentes del mundo, especialmente en los países subdesarrollados.
Julia Lowell narra que millones de personas en todo el mundo se embarcaron en matrimonios de conveniencia política y abandonaron a sus hijos para dedicarse de cuerpo entero a la utopía. Y esa utopía tenía diferentes rostros. Mao perseguía un Estado de partido único, sometido por una férrea disciplina militar. Más tarde reconoció que la rebelión estaba justificada. Y que mientras hubiera “un caos bajo el cielo, la situación era excelente’’. En 1966 Lin Biao aseguró que El libro rojo de Mao era “una bomba atómica de infinito poder’’. Entre 1966 y 1967 nada más, se imprimieron mil millones de ejemplares en docenas de idiomas de esa bomba atómica.
La onda expansiva de las ideas de Mao llegó a lugares inimaginables. Provocaron caos en Malasia, matanzas en Indonesia, manifestaciones incendiarias en París y Berkeley, guerra en Vietnam, genocidio en Camboya, matanzas en Perú, guerra civil en Nepal, insurrección en las selvas de la India, y cambio de poder en Rodesia del Sur. Como bien anota Lowell, si el maoísmo sigue de pie en 2024, la revolución comunista china habrá superado 74 años que duró el experimento soviético.
Todo lo que contiene el libro de Lowell, Maoísmo, de muchas maneras complementa lo que narra la novela de Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás. Son caras diversas de un mismo fanatismo. El primero estudia la facilidad con que viajaron las ideas de un hombre que pretendía colocar a China en el centro del universo. El segundo narra la historia de como esas ideas moldearon las vidas de cuatro personas, una familia colombiana, que se sintió fascinada con una revolución.
Al extremo de encomendar a sus hijos para que se formen como miembros de la Guardia Roja, de dejarlos en China con dos tutores mientras sus padres regresaban a Colombia a insertarse en el proceso revolucionario de aquel país sudamericano. Hasta el día en que deciden que Sergio y Marianela regresarán para hacer la revolución en Colombia.
La familia Cabrera
Muchos latinoamericanos vivieron en Pekín en los años sesenta, dando clases de español en la china de Mao Tse Tung, alojados en el Hotel de la Amistad, que habían desocupado los soviéticos. Era un espacio antitodo: anticolonial, antiestadounidense, antisistema… En numerosos casos, profesores universitarios, activistas políticos e intelectuales se fueron con sus familias para escapar de gobiernos totalitarios.
En China encontraron una estructura para todos sus anhelos revolucionarios. Alimento, casa, clases de chino y educación de las ideas de Mao. Alentaban que esos latinoamericanos regresaran a sus países como focos guerrilleros que rivalizaran con los financiados por Cuba y Moscú. Las instrucciones eran claras: mezclarse con las masas empobrecidas y tener coraje para pelear con el enemigo. Aparte de las lecciones y la rutina de adiestramiento, podían disfrutar de la piscina del Hotel de la Amistad, pasear por Pekín en bicicleta, y besar a sus primeras novias en los refugios antiaéreos construidos bajo tierra, para protegerse de un eventual ataque nuclear soviético.
Algunos, como el caso de Fausto Cabrera, se insertaron en la vida comunista china sin medias tintas. Decidió, junto a su esposa, educar a sus dos hijos en China popular. Como bien aclara Lowell, para ellos “era una alternativa admirable e independiente de los modelos políticos de Estados Unidos y la Unión Soviética’’. El maoísmo se mostró rápidamente permeable por “los bichos raros, esos que están decididos tanto a entrar en conflicto con la sociedad como a controlarla’’.
Volver la vista atrás narra el proceso de inmersión de Sergio y Marianela en China, hasta convertirse en dos guardias rojos. Esta transformación resulta impresionante. Los obstáculos que deben superar con el idioma, las costumbres y la instrucción militar dejan huellas en ellos, pero quien siempre está presente es la figura del padre, ese Dios contradictorio y apasionado, que no tolera cuestionamientos a sus ideas y decisiones, ni advierte el sacrificio que le exige a quienes lo aman. Lo que no podía prever nadie es que una vez que los jóvenes Cabrera se quedan en China, estalla la revolución cultural. Y los planes que había imaginado Fausto se “descuadernan’’, como confiesa Sergio.
De la formación militar en China, de la soledad de esa formación en un país que no es el suyo, y del desorden que trae la revolución cultural, los hermanos Cabrera pasan a Colombia, para integrarse al movimiento maoísta para cambiar el orden de las cosas. Aquí surgen los problemas, porque, aunque conocen el país, chocan con las personalidades de los guerrilleros que los observan como recién venidos de la Luna. Y deben tramitar temas complejos como brotes de machismo y rivalidades clasistas. Han dejado atrás un país donde se hicieron adultos, pero que no era el suyo. Y llegan a una Colombia donde nacieron, pero que está lejos de ser el país ideal en el que imaginaban insertarse.
Madrid 2023
En la actualidad la República Popular China sigue cohesionada por el legado del gran timonel Mao. Hace tiempo que dejaron atrás las ideas más radicales del Líder, para enfatizar un capitalismo autoritario que prioriza prosperidad y estabilidad. Del hombre que cambió a China sigue intacto su retrato de seis metros por cuatro y medio en la plaza Tiananmén. No es un símbolo menor. Como anota Lowell, “la mano invisible de Mao sigue presente en la política china: “en la profunda politización de su judicatura, en la supremacía del Estado de partido único sobre todos los demás intereses; en la intolerancia fundamental de las voces disidentes’’.
Una noticia de reciente data tuvo lugar en Brixton, Inglaterra. En 2013 fue detenido el líder de un partido maoísta que se fundó en los años sesenta. Lo detuvieron por lavarle el cerebro a sus seguidores y por mantener en cautiverio a varias mujeres. Era Aravindan Balakrishnan, conocido como Camarada Bala. Miembro de una etnia india, de Singapur, Balakrishnan se radicalizó en los años ochenta después de una redada y pasó a la clandestinidad. Sus seguidores se convirtieron en prisioneros. Entre las mujeres que rescataron al meterlo preso, una de ellas resultó ser su hija, que nació en cautiverio y nunca había salido de su prisión. El camarada Bala murió en prisión, como uno de los últimos extremistas que seguían las ideas de Mao de los años sesenta.
Me reencontré con Sergio Cabrera en Madrid, una noche de 2019. Inesperadamente, fuimos invitados a una cena donde coincidieron colombianos, venezolanos, franceses y españoles. En algún momento de la noche avanzada le recordé que nos habíamos conocido a finales de los años setenta en Caracas.
Intercambiamos teléfonos. Cuando leí el libro de Juan Gabriel Vásquez, éste me comentó que los derechos audiovisuales pertenecían a Sergio Cabrera. En otra visita a Madrid, en 2022, lo llamé y almorzamos. Le conté que me había encantado la novela, que me impresionaba lo que ellos habían narrado de esa experiencia. Y que yo veía una serie para Netflix, o para cualquier otra plataforma en esa historia. En el fondo brillaba la desmesura del fanatismo latinoamericano por hacer la revolución. Experiencia que casi siempre tenía un final trágico.
Le gustó la idea y logramos avanzar. Una empresa de las tantas que arman proyectos nos hizo una oferta. Todo parecía encaminarse con buen pie, hasta que un día Sergio me llama y me comenta que el presidente Gustavo Petro le acababa de proponer que fuera su embajador en China. Me pide unos días para hacer una consulta a la cancillería. A los pocos días me vuelve a escribir y me comenta que con la consulta hecha y con una conversación con el canciller, ha decidido declinar la oferta. No quiere mezclar proyectos privados con su misión diplomática. La serie deberá esperar.
Mientras leía el libro de Juan Gabriel Vásquez, me di cuenta que había conocido al protagonista, el cineasta Sergio Cabrera, a finales de los años setenta. El había venido a Venezuela a filmar un proyecto relacionado con un foro internacional que tuvo lugar en Caracas. En aquel momento había varias familias que estuvieron en China en los años sesenta. Algunos se reencontraron en una capital latinoamericana estable que miraba hacia el futuro con energía. Su hermana Marianela trabajaba como traductora de un acupunturista chino. Jamás imaginé en aquellos años setenta que ellos habían vivido semejante experiencia en China. Como diría el poeta francés, un golpe de dados jamás abolirá el azar.