Siguiendo un penacho en el crepúsculo
Hasta hace poco me resistí a creer que Sam Shepard, el actor, es la misma persona que Sam Shepard, el dramaturgo y cronista. Que el mismo general que en Black Hawk Down organiza la fallida operación en medio de Mogadiscio es también un ganador del Pulitzer en teatro en 1979 por Buried Child. Lo hemos…

Hasta hace poco me resistí a creer que Sam Shepard, el actor, es la misma persona que Sam Shepard, el dramaturgo y cronista. Que el mismo general que en Black Hawk Down organiza la fallida operación en medio de Mogadiscio es también un ganador del Pulitzer en teatro en 1979 por Buried Child. Lo hemos visto en las pantallas haciendo de duro, pero resulta que también es un
autor fino, de potente sensibilidad. Además, fue baterista en una banda –The Holy Modal Rounders, quienes tocan en la película Easy Rider–; coguionista de nada menos que Zabriskie Point, de Michelangelo Antonioni, y de la inmensa Paris, Texas de Wim Wenders; y entre los distintos géneros que ha escrito con muy buen nivel se encuentra la crónica.
Anagrama, que ha publicado algunos de sus libros, tiene en su serie Crónica, la bitácora que Shepard hizo de la gira Rolling Thunder, que en el otoño boreal de 1975 lanzaron Bob Dylan y Joan Baez por Nueva Inglaterra y Quebec con el doble objetivo de hacer una película y recaudar fondos para la causa a favor del boxeador “Hurricane” Carter, preso entonces por un crimen que no cometió (historia narrada en una película de Norman Jewison y protagonizada por Denzel Washington). Shepard, contratado para escribir los diálogos para esa película de la gira, que no era una típica road movie musical sino un tardío experimento sesentero, aprovechó para tomar notas y dejar un estupendo libro de backstage y de viajes. En aquel momento conoció al genio de Minnesotta; luego, escribiría junto con Dylan un experimento fílmico –Renaldo and Clara, 1978– y uno musical –“Browsville Girl”– en un disco de Dylan de 1986.
Original de 1976, el libro que en la versión de Anagrama se titula Rolling Thunder: con Dylan en la carretera tiene varias capas, o aristas. Lo que Shepard dice de su momento, ese crepúsculo de la era hippie en la que hacía rato que había muerto el sueño y ya no quedaba para Estados Unidos sino conflictividad social, petróleo caro y muchas tumbas en las selvas asiáticas; así como la capa de la mirada del autor sobre el territorio que va atravesando, la región donde nacieron los Estados Unidos y que entonces se preparaba a celebrar con desgano, el bicentenario de declaración de independencia; pero también la experiencia de un escritor en medio de esa caravana de groupies, joints de marihuana, maquillaje, disfraces improvisados, guardaespaldas, dinners, audiencias provincianas y un montón de gente que entraba y salía, tipos entonces muy locos como T-Bone Burnett y ese eterno entrometido, totalmente convencido de que era el mago Merlín de su época, Allen Ginsberg (que naturalmente trataba de entrometer también a William Burroughs).
Ya había nostalgia o cuestionamiento de los sesenta, apenas habían pasado unos pocos años y aquello ya sonaba tedioso. Shepard se da cuenta, y lo dice; extraña estar con su mujer y ocupar el rancho de caballos que acaban de comprar. Pero también es capaz, al final, de apreciar el poder de esa gira, cuando en un concierto en el Madison Square Garden logran que anuncien la libertad condicional para Hurricane. Muy interesante resulta cómo Shepard aprovecha la condición mixta de la bitácora, con la flexibilidad que permite el vago formato de los apuntes, para dar un testimonio en el que no hay idealización ni se fuerza un orden: lo desagradable es desagradable y lo caótico es caótico. En la expresión artística de un genio también hay absurdo, incoherencia, pasos en falso. La propia carrera musical de Dylan lo demuestra, como lo que le pasó a su música en la década siguiente.
Rolling Thunder: con Dylan en la carretera es un muy buen ejemplo de cómo ese (sub)sub-género periodístico que es la crónica de una gira musical, puede servir al mismo tiempo como el tangencial perfil de uno de los grandes artistas de Estados Unidos, de una parte muy peculiar de su compleja geografía humana y de un momento en el que ese país se encaminaba hacia el contraataque conservador a manos de un antiguo actor de Hollywood. Pero sobre todo llama la atención en cuanto a la diversidad de los talentos de Sam Shepard, uno de los grandes dramaturgos de la posguerra en su idioma y un actor al que el público no recuerda como debería.