Todo lo sólido se desvanece en el aire
Los fundadores de la nación americana entendieron que el correo era un vehículo para otros derechos, como la libertad de prensa: una de las primeras leyes postales estableció una tarifa especial con descuento para los periódico

16 de abril de 2022
Por Sergio Dahbar
Hace algún tiempo me atrapó una historia del servicio postal del sistema público de Estados Unidos. Una suerte de petit histoire de esas que se cuentan con la mano, y de la que dejé testimonio en mi Instagram. Quiero recordarla porque es un buen comienzo para hablar de una herramienta esencial para el pueblo estadounidense, una de esas oficinas estatales que los republicanos han tenido entre cejas para cortarle la cabeza a lo largo de los años, o, dicho de otra manera, para privatizarla. El 1 de enero de 1913 el correo americano inauguró el envío de grandes encomiendas. Esta decisión permitió que la gente movilizara todo tipo de bienes y servicios. Casi de inmediato, varios padres enviaron a sus hijos a través de Estados Unidos en bolsas.
Una pareja de Ohio, Jesse y Mathilda Beagle, “mandó” a su hijo de 8 meses a la casa de su abuela, que vivía a pocas millas de distancia, en Batavia. Según la historiadora Jenny Lynch, Baby James pesó 11 libras de las permitidas para paquetes enviados a través de Parcel Post. Su “entrega” costó 15 centavos de dólar (lo aseguraron por $50). El 19 de febrero de 1913 una niña de cuatro años, Charlotte May Pierstorff, fue “enviada por correo”, en tren desde su casa en Grangeville, Idaho, a la casa de sus abuelos, a 73 kilómetros. Su historia se convirtió en un libro para niños, Mailing May.
Enviar a un niño por correo era más barato que pagar un boleto de tren. May fue acompañada en su viaje por la prima de su madre, que era secretaria del servicio de correo ferroviario. La primavera de envíos humanos apenas duró seis meses. El 14 de junio de 1913, varios periódicos, incluidos The Washington Post, The New York Times y Los Angeles Times, informaron que el administrador de correos prohibió este peculiar servicio. “Desde entonces solo se permitió enviar abejas e insectos’’, precisó Lynch. “Los carteros eran servidores de confianza. Hay transportistas rurales que salvan vidas porque son las únicas personas que visitan un hogar remoto todos los días”.
Esta rareza, que uno podría llamar una gema historiográfica, habla de la seguridad que durante muchos años sintieron los ciudadanos de Estados Unidos por el servicio postal. Consideraban que era gente como ellos, en la que podían confiar. Entregaban cartas de amor, admisiones universitarias, medicamentos, hipotecas, solicitudes de divorcio, lingotes de oro, lápidas, cenizas y muchos otros objetos de la vida cotidiana de las personas.
La madre de una de las grandes periodistas de Estados Unidos, Casey Cep, fue cartera y recorrió 50 millas, 6 días a la semana, por 38 años. 590 mil millas a lo largo de una vida dedicada al servicio público, para atender a 545 clientes que dependían de ella para recibir buenas y malas noticias. Cep cuenta, en un informado y apasionante artículo publicado en The New Yorker, de qué manera el correo entró en sus vidas para acompañarlos en todo momento. Hasta cuando salían de vacaciones, aprovechaban para asistir a las reuniones nacionales del sindicato del correo público.
De alguna manera entendió esta periodista que los vecinos que atendía su madre eran como primos lejanos. Algunos recompensaban la atención que recibían de ella regalándole libros; uno la ayudó a sacar el jeep atascado en la nieve; otros horneaban pan y hacían té para recibirla. En casi cuatro décadas su madre conoció las alegrías y las tragedias de sus 545 clientes; los acompañó cuando una casa se incendió y perdieron a sus hijos, celebró cumpleaños y oyó los lamentos de un divorcio inesperado.
El servicio postal estadounidense tiene una larga historia
Antes de declarar la independencia, los colonos decidieron que necesitaban una manera más ágil y segura de comunicarse con amigos y familiares en lugares lejanos. En el verano de 1775, en el segundo congreso continental, crearon el servicio postal y nombraron a Benjamin Franklin su primer director general. Antes los paquetes debían enviarse desde casa, o a través de posadas y tabernas. A partir de 1775, todo fue más seguro.
Los fundadores de la nación americana entendieron que el correo era un vehículo para otros derechos, como la libertad de prensa: una de las primeras leyes postales estableció una tarifa especial con descuento para los periódicos. Cuando Alexis de Tocqueville recorrió el país después de fundado, lo hizo gracias al “correo, ese gran vínculo entre las mentes, que hoy penetra el corazón del desierto’’. El servicio postal estimuló también la construcción de carreteras de correos para unir ciudades distantes. Así comenzaron a correr desde Florida hasta Maine. Desde que apareció en el horizonte americano, el servicio postal ha entregado paquetes en pony express, mula, flotadores, transbordadores, motos, esquís, aerodeslizadores y tubos neumáticos.
Otro hallazgo fue la posibilidad que le ofreció el servicio de correos a la gente de bajos recursos que no podían abrir cuentas en bancos. Millones de estadounidenses abrieron cuentas de ahorro en el correo, con un dólar como mínimo. En uno de los momentos más notables de la banca postal, 1947, cuatro millones de personas habían depositado más de tres mil millones de dólares. Todos de comunidades de la clase trabajadora o inmigrantes sin acceso a bancos privados. Era el sueño de los fundadores: servir a todos los estadounidenses sin prejuicios, ni favores, y sin importar el código postal.
Muy a pesar de los evidentes atributos que tiene el servicio postal de Estados Unidos, de que se autofinancia sin dinero federal, de que las tarifas son establecidas por el Congreso (por eso sus sellos cuestan cifras irrisorias), una ley de 2006, apoyada por los republicanos, ordena que el servicio postal prefinancie sus costos de jubilación y pensión de empleados, incluida la atención médica, no solo por un año, sino por los próximos 75 años. Desde ese momento no ha tenido un año rentable.
Casey Cep se pregunta −en su alegato a favor del empleador de su madre−, si en lugar de recortarle atributos al servicio postal se le permitiera crecer y desarrollarse, ¿qué ocurriría? Ofrecer servicios bancarios, como ocurre en China, Japón y en otros cien países, con cobros de cheque apertura de cuentas corrientes a bajo costo. Desarrollar ayuda social a personas de la tercera edad, como hacen los carteros franceses, que por 37 euros al mes visitan una vez por semana a personas mayores para ver cómo están. Además, estas personas tienen acceso a un botón de emergencia médica. Suministrar servicio de banda ancha en localidades lejanas de la nación. Convertir a sus empleados en notarios públicos para la firma de documentos, venta de licencia de caza, renovación de licencias de conducir…
En su presidencia, Donald Trump puso a prueba la sobrevivencia de muchas instituciones democráticas. Los tribunales, la prensa, los militares, el servicio civil. El correo ha sobrevivido con una espada de Damocles sobre su cuello. Se separó del poder ejecutivo para ser financiado por sus propios ingresos. Para deshacerse del mecenazgo, el amiguismo y la corrupción. Esta independencia no es bien vista desde Washington. Desde esa ciudad el ánimo de los fundadores de la nación se ha vuelto una idea incómoda que muchos quisieran decapitar.
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